miércoles, 2 de diciembre de 2015

MATILDE DE FLANDES, la reina de Guillermo el Conquistador - Capítulo II


Matilde asume el título de reina de Inglaterra.—Su regencia en Normandía.—Su estímulo a la educación.—Beneficencias.—Su venganza sobre Brihtric Meaw.—La obtención de sus tierras.—El encarcelamiento de Brihtric.—Su muerte en prisión.—La corte de Guillermo en Berkhamstead.—Regreso triunfal a Normandía.—Matilde espera su desembarco.—Marcha triunfal de los normandos.—Rebeliones en Inglaterra.—Guillermo nombra a Matilde regente otra vez.—Embarca a Inglaterra en una tormenta.—Guillermo envía por Matilde.—Ella llega a Inglaterra con sus hijos.—Su coronación en Winchester.—Un campeón en la coronación.—El nacimiento de su hijo Enrique.—El Tapiz de Bayeux.—Su artista enano Turold.—Su hija prometida al conde Edwin.—La ruptura del compromiso.—El regreso de la reina Matilde a Normandía.—Regente por tercera vez.—Su amor apasionado por su hijo mayor.—La muerte de su padre.—Las disensiones de sus hermanos.—Los malos efectos de su ausencia de Inglaterra.—Las miserias de los ingleses.—Los gobiernos independientes de Guillermo y Matilde.—El rey de Francia ataca a Matilde.—El gobierno capaz de ésta.—El descontento de las damas normandas.—Los informes escandalosos.—La supuesta infidelidad conyugal de Guillermo.—La crueldad de Matilde para con su rival.—El duque de Bretaña invade Normandía.—Su matrimonio con la segunda hija de Matilde.—La profesión religiosa de la princesa Cecilia.—Disensiones en la familia real.—La parcialidad de Matilde por su hijo Roberto.—Su segundo hijo, el príncipe Ricardo.—Su muerte.—El Bosque Nuevo.

«NUESTRA señora Matilde», dice Guillermo de Poitiers[1], el capellán del Conquistador, «ya había asumido el título de reina, a pesar de que todavía no era coronada. Había gobernado Normandía durante la ausencia de su señor con prudencia y habilidad». En efecto, había sostenido firmemente la autoridad, tanto que aunque toda la flor y la fuerza de Normandía habían seguido la suerte de su duque guerrero hacia las costas de Inglaterra, ninguno de los príncipes vecinos se había aventurado a molestar a la duquesa-regente.
Es cierto que su pariente, el emperador Enrique, se había comprometido a defender Normandía con toda la fuerza de Alemania en caso de cualquier agresión por parte de Francia o de Bretaña; y ella también tuvo un vecino y protector poderoso en el conde de Flandes, su padre; pero sin duda gran mérito se debió a su conducta política, al mantenerse el ducado libre tanto de los embrollos externos como de los conflictos internos en un período tan trascendental. Su gobierno fue muy popular y próspero en Normandía[2], donde, rodeada de los hombres más sabios de la época, impulsó en no poca medida el progreso de la civilización y el refinamiento. El estímulo que proporcionó a las artes y las letras le ganaron reportes de oro en la crónica de esa edad.
Bien consciente era Matilde de la importancia que tiene para los príncipes enrolar en su servicio las plumas de aquéllos que poseen el poder de defender o menoscabar los tronos, y cuya influencia sigue inclinando las mentes de los hombres después de transcurridas las edades.
«Esta princesa», dice Orderico Vital, «que descendía de los reyes de Francia y de los emperadores de Alemania, se distinguió aún más por la pureza de su mente y modales que por su linaje ilustre. Como reina fue generosa y liberal con sus donaciones. Unió la belleza al origen gentil y a todas las gracias de la santidad cristiana. Mientras que las armas victoriosas de su ilustre esposo subyugaban todo a su paso, ella fue infatigable en aliviar la angustia en todas las formas, y redobló sus limosnas. En una palabra, superó todas las alabanzas y se ganó el cariño de todos los corazones».
Tal es el carácter que uno de los historiadores más elocuentes y circunstanciales del siglo XI ha dado de Matilde. Sin embargo, Orderico Vital, un testigo de la época, difícilmente podía ignorar la mancha oscura que el primer ejercicio de su poder en Inglaterra dejó sobre la memoria de la reina.
La Crónica de Tewkesbury[3] —la misma que establece que Brihtric Meaw, el señor del honor de Gloucester, se había negado a casarse con Matilde cuando residía en la corte flamenca como embajador de Eduardo el Confesor[4]— añade que en el primer año del reinado de Guillermo el Conquistador, Matilde obtuvo de su señor la concesión de todas las tierras y los honores de Brihtric, y que entonces hizo aprehender al desafortunado sajón en su mansión de Hanelye, y conducirlo a Winchester, donde murió en prisión y fue enterrado en privado[5].
Así pues, parece que Matilde, después de haber ocupado durante catorce años la posición más elevada, y disfrutar de la mayor felicidad como esposa y madre, había incubado en secreto el recuerdo amargo del desaire recibido en su primera juventud, con el propósito de infligir a cambio la venganza más mortal sobre el hombre que una vez había rechazado su amor.
El relato breve de esta circunstancia, sin comentarios, no aparece en una historia general, sino en una historia topográfica, y los registros del Domesday Book la confirman en gran medida. Allí aparece que Guillermo el Conquistador otorgó a Matilde las posesiones de Avening, Tewkesbury, Fairford, Thornbury, Whitenhurst y otras varias en Gloucestershire, pertenecientes a Brihtric, hijo de Algar. Posesiones que después de la muerte de la reina volvieron a la Corona, y Guillermo las concedió de nuevo a su segundo hijo, Guillermo Rufus[6].
Matilde, además, privó a Gloucester de su carta y libertades cívicas, por el mero hecho de que era la ciudad del desafortunado Brihtric —tal vez porque esa comunidad hubo mostrado algún signo de resentimiento por el destino de su anterior señor.
En base a esta evidencia, tememos que la primera de nuestras reinas normandas debió ser hallada culpable de los delitos de injusticia y robo, si no de asesinato liso y llano; y si hubiera sido posible hacer un examen post-mortem en el cuerpo del infortunado hijo de Algar, tal vez se habría encontrado razón suficiente en el carácter privado de su entierro. Toda esta injusticia se hizo por agencia; ya que, si las fechas son correctas, Matilde aún no había entrado en Inglaterra.
Pocos días después de su coronación, Guillermo, sintiendo alguna razón para desconfiar de los londinenses, se retiró a sus antiguos cuarteles en Berkhamstead, donde instaló su corte y tuvo éxito en reunir en su entorno a muchos de los más influyentes príncipes y barones sajones, a quienes a cambio de sus juramentos de lealtad restauró en sus propiedades y honores.
Su siguiente paso, para satisfacción de sus seguidores normandos y súbditos sajones, fue sentar las bases de la iglesia y la abadía de St. Martin, que ahora se llama abadía de Battle, donde se ofrecieron oraciones perpetuas por el descanso de las almas de todos los que habían caído en ese conflicto sangriento.

Abadía de Battle, consagrada a san Martín de Tours. Construida por la salvación de los caídos en la batalla de Hastings, y por el perdón de los pecados de Guillermo y Matilde

El altar mayor de este monumento magnífico de la victoria normanda se estableció en el mismo lugar donde se encontró el cuerpo de Harold, o, según otros[7], donde éste por primera vez plantó su pendón.
La tranquilidad había vuelto a Inglaterra, o las cosas estaban progresando rápidamente en ese sentido tan deseado. Guillermo, que llevaba seis meses separado de su esposa y familia, deseó abrazarlos una vez más y mostrar a sus súbditos normandos su grandeza recién adquirida, lo que lo indujo a volver a su país natal, en un momento en que habría sido mucho más propicio para sus intereses permanecer en Inglaterra. Antes de partir colocó fuertes guarniciones normandas en todos sus castillos; nombró regentes de Inglaterra a su hermanastro Odo, el obispo de Bayeux[8], y a su fiel pariente y amigo Guillermo Fitz-Osbern; y se llevó a Normandía todos los anglosajones prominentes. Entre éstos estaban Edgar Atheling, Morcar, Edwin y Waltheof[9]. Estos señores, que sin duda no tenían ningún deseo de convertirse en sus compañeros de viaje, no se complacieron mucho con la idea de hinchar la soberbia de los normandos formando parte del desfile triunfal de Guillermo.
Guillermo había decidido pasar las fiestas de la Pascua en Normandía con su reina; y sin considerar las semillas de descontento y disgusto que estaba sembrando en los pechos de sus nuevos súbditos, reembarcó en el Mora en el mes de marzo de 1067, y con la más espléndida compañía que salió alguna vez de Inglaterra cruzó los mares y desembarcó en su tierra natal, un poco por debajo de la abadía de Fécamp.
Matilde ya estaba allí con sus hijos[10], lista para recibir y dar la bienvenida a su ilustre señor, quien fue recibido con el rapto más entusiasta por todas las clases de sus súbditos. Para alegría de Guillermo, este año el ayuno solemne de la Cuaresma se celebró como un festival; se suspendieron todas las labores, y nada más que la alegría y el placer se impusieron en su Normandía natal[11].
Guillermo parece haber tenido el placer infinito de mostrar, no sólo a su esposa y familia, sino también a los embajadores extranjeros, los despojos costosos que había traído de Inglaterra[12]. La cantidad y la ejecución exquisita de la vajilla de oro y plata, y aún la riqueza de las prendas bordadas, elaboradas por las manos hábiles de las mujeres anglosajonas (que entonces se estimaban muy preciosas en toda Europa, tanto que se las llamaba, por distinción, Anglicum opus[13]) excitaron la admiración y el asombro de todos los espectadores; pero sobre todo fue la vestimenta espléndida de sus guardias, y la magnificencia y belleza de los nobles anglosajones de pelo largo y bigote, lo que atrajo la maravilla de los príncipes y pares extranjeros.
Guillermo y su reina-duquesa pasaron todo el verano en una serie de marchas triunfales a través de los pueblos y ciudades de Normandía[14]. Mientras tanto, Inglaterra, además de todos los horrores recientes de la guerra y la rapiña, sufría a un mismo tiempo de los males que acompañan un sistema de gobierno absentista, y el peso opresivo de un yugo extranjero. El espíritu de libertad estaba aplastado, pero no extinto entre el pueblo del país; y la ausencia del Conquistador fue considerada como una oportunidad favorable para expulsar a las langostas indeseables que se habían pegado a la tierra y devoraban su gordura; y una intriga secreta estaba en agitación para provocar un levantamiento simultáneo en toda Inglaterra, con el propósito de ejecutar una matanza general de normandos[15]. Pero aunque el terror que imponía la presencia de Guillermo se alejara por un tiempo, éste mantuvo un espionaje estricto sobre el proceder de los ingleses. El primer rumor de lo que ocurría entre ellos lo sacó del derrotero de placer que había estado persiguiendo. Renunció a la idea de celebrar una espléndida Navidad con su amada familia, renovó el nombramiento de Matilde y su hijo Roberto como regentes de Normandía, y embarcándose en un mar tormentoso zarpó de Dieppe el 6 de diciembre[16]. El 7 llegó a Winchelsea y se dirigió de inmediato a Londres, para consternación de los descontentos, que se creían a seguro de su enemigo debido a la llegada del invierno.
Celebró la Navidad en Londres, y aunque tomó las medidas más rápidas y enérgicas para aplastar la insurrección, dio una recepción conciliatoria a todos los prelados y nobles ingleses que se atrevieron a responder su convocatoria.
Después de reprimir la revuelta que causó la imposición del Danegeld,[17] Guillermo, consciente de los inconvenientes inherentes a una corte sin reina, y sintiendo además el mayor deseo de disfrutar de la compañía de su bella consorte, envió una noble comitiva a Normandía para que condujera a Matilde y sus hijos hacia Inglaterra[18]. Ella obedeció con alegría el mandato bienvenido de su señor, y cruzó el mar con un cortejo imponente de nobles, caballeros y damas[19]. Entre los clérigos educados que la acompañaron estaba el célebre Guy, obispo de Amiens, que se había distinguido por un poema heroico sobre la derrota y la caída de Harold.
Matilde llegó a Inglaterra poco después de la Pascua, en el mes de abril de 1068, y tras proceder de inmediato a Winchester, su señor la recibió con gran alegría; de inmediato se iniciaron los preparativos para su coronación, que debía tener lugar en esa ciudad el domingo de Pentecostés[20]. En la Edad Media, parece que los ingleses consideraban las grandes fiestas de la Iglesia como días peculiarmente propicios para celebrar las coronaciones y matrimonios, a juzgar por la frecuencia con que se realizaban en esas ocasiones. Por lo general el domingo era elegido como día de coronación.
Guillermo, que había ansiado mucho compartir sus flamantes honores con Matilde, optó por hacerse coronar de nuevo para hacer más imponente el espectáculo de la consagración de su consorte; y, para mejor conciliar el afecto de sus súbditos ingleses, repitió por segunda vez el juramento que lo comprometía a gobernar con justicia y moderación, y preservar intacta la gran salvaguarda de las libertades inglesas: el derecho de juicio por jurado[21].
Esta coronación fue mucho más espléndida que la precedente en la abadía de Westminster, la primera investidura de Guillermo, donde la ausencia de la reina y sus damas privó a la ceremonia de gran parte de su brillo, y la conflagración alarmante que la interrumpió debió abreviar considerablemente la pompa y los festejos que se habían previsto. Aquí todo se desarrolló auspiciosamente. Fue en la temporada sonriente del año, cuando los días eran largos y brillantes, sin que hubiera llegado la opresión del calor estival. La compañía, según el informe de los historiadores contemporáneos, fue numerosa y noble en exceso; y el Conquistador, quien parece haber estado de parabienes ese día, se mostró muy alegre y jocoso en la ocasión, y confirió favores a todos los que los solicitaron. La persona elegante y majestuosa de la reina Matilde, y el número y belleza de sus hermosos niños, encantaron al populacho, y todos los presentes se mostraron complacidos con el orden y la regularidad del atractivo espectáculo[22].
Los nobles de Normandía asistieron a su duquesa en la iglesia; pero después que Aldred, arzobispo de York, colocó la corona en su cabeza, la dama fue servida por sus nuevos súbditos ingleses.
Se dice que en esta espléndida coronación en Winchester, donde Guillermo asoció a su consorte en todos los honores de la realeza, el oficio de campeón fue instituido por primera vez[23].
La espléndida ceremonia del banquete de asunción de Matilde proporcionó los precedentes de la mayor parte de los grandes oficios feudales en las coronaciones posteriores[24]. Entre ellos, el oficio de grand pannetier se extinguió hace algún tiempo. Su servicio era llevar la sal y los cuchillos de trinchar de la despensa a la mesa del rey, y sus honorarios eran los saleros, las cucharas y los cuchillos que se ponían en la mesa real; «los tenedores no estaban entre los lujos reales de la mesa del poderoso Guillermo y su hermosa Matilde, que al alimentarse hacían honor al refrán que dice ‘los dedos se hicieron antes que los tenedores’». «El grand pannetier también servía el pan a los soberanos, y recibía, además de sus otros honorarios, el cubrepán. Por este servicio la familia Beauchamp usufructuó el señorío de Kibworth Beauchamp. La mansión de Addington fue igualmente concedida por el Conquistador a Tezelin, su cocinero, por la composición de un plato de sopa blanca llamado dillegrout, que sobre todo agradaba el paladar real».
«Cuando la noble compañía se hubo retirado de la iglesia, y se sentó a la mesa en la sala de banquetes», dice Henderson en su Life of the Conqueror, «un audaz caballero llamado Marmion[25], completamente armado, hizo su entrada a caballo en la sala, y repitió tres veces este desafío:
»Si cualquier persona niega que nuestro soberano más amable, el señor Guillermo, y su esposa Matilde, son el rey y la reina de Inglaterra, es un traidor falso de corazón y un mentiroso; y aquí, como campeón, lo reto a combate singular».
Nadie aceptó el desafío, y Matilde fue llamada por siempre la reine.
El mismo año, Matilde trajo al mundo a su cuarto hijo varón, Enrique, llamado Beauclerc. Este evento tuvo lugar en Selby, Yorkshire, y fue causa de un cierto grado de satisfacción para el pueblo, que consideró al príncipe nacido inglés con mucha más complacencia que a sus tres hermanos normandos, Roberto, Ricardo y Guillermo Rufus. Matilde estableció para su hijo recién nacido todas las tierras que poseía en Inglaterra y Normandía, que después de su muerte debían revertir en él.
La tranquilidad ahora parecía estar completamente restaurada; y Matilde, disfrutando de toda la felicidad como esposa, madre y reina, parecía encontrase en la cumbre de la prosperidad terrenal.
Ya sea por accidente o debido a una especial atención a la realidad, lo cierto es que el antiguo iluminador que pintó el retrato de Matilde la representó con el órgano de la constructividad[26] decididamente muy desarrollado. Es singular que su gusto y actividad, plasmados en los edificios eclesiásticos que fundó, proporcionan ejemplos notables de esa propensión; y también su ingenioso y curioso ejemplo de industria, el Tapiz de Bayeux, en el que forjó la épica de su marido, desde el desembarco de Harold en Normandía hasta su caída en Hastings.
Es, de hecho, el documento histórico más importante que ha preservado fielmente los acontecimientos y la vestimenta de esa época trascendental, gracias a los dedos infatigables de la primera de nuestras reinas normandas, y sin duda merece una descripción particular.
Este curioso monumento de la antigüedad se conserva en la catedral de Bayeux, donde se distingue con el nombre de «el toilette del duque de Normandía»; que simplemente significa «el gran paño del duque».
Es una pieza de lienzo de unos cuarenta y ocho centímetros de ancho, pero de más de sesenta metros de longitud; en ella, como hemos dicho, se ha bordado la historia de cómo Guillermo de Normandía conquistó Inglaterra, comenzando con la visita de Harold en la corte normanda, y culminando con su muerte en la batalla de Hastings, en 1066.
Los principales sucesos de estos años memorables, la muerte de Eduardo el Confesor y la coronación de Harold en la cámara del muerto real, están representados en el orden más claro y regular en esta pieza de costura que contiene muchos cientos de figuras de hombres, caballos, aves, bestias, árboles, casas, castillos e iglesias, todos ejecutados en sus colores apropiados, con nombres e inscripciones que permiten dilucidar la historia[27].
Parece que esta crónica pictórica de los logros de su poderoso consorte ha sido, al menos en parte, diseñada para Matilde por Turold, un artista enano que, movido por el deseo natural de reclamar su parte en la celebridad de la obra, ha introducido hábilmente sus propias efigies y nombre, autentificando así la tradición normanda que lo señala como la persona que iluminó el lienzo con los contornos y colores apropiados[28].
Es probable que la esposa del Conquistador y sus damas normandas fueran asistidas materialmente en esta estupenda obra de la habilidad y paciencia femeninas por algunas de las desgraciadas hijas del país, que, como las cautivas griegas descritas por Homero, fueron empleadas para registrar la historia de sus propios reveses, y los triunfos de sus orgullosos enemigos.
Cerca de este período, Guillermo echó las bases de esa poderosa fortaleza y residencia real, la Torre de Londres, que construyó Gundulf, obispo de Rochester, un sacerdote, arquitecto e ingeniero. También construyó el castillo de Herstmonceux —en el lugar que había ocupado el fuerte de madera que había traído de Normandía—, y, para la mayor seguridad de su gobierno, construyó y guarneció con fuerza muchas otras fortalezas, formando una cadena regular de estaciones militares desde un extremo de Inglaterra hasta el otro[29]. Los nobles anglosajones que hasta entonces habían mantenido una especie de amistad pasiva hacia su soberano normando, vieron con celoso disgusto estos procedimientos y poco a poco comenzaron a desertar de la corte. Entre los primeros en retirarse del círculo real estuvieron los poderosos hermanos sajones Edwin y Morcar. Eran los preferidos del pueblo, y el clero los favorecía en secreto. Una tercera parte de Inglaterra estaba bajo su autoridad, y el príncipe reinante de Gales era su sobrino. Guillermo se esforzó en primera instancia, mediante la cortesía más insidiosa, por conciliar a Edwin, el más joven, que se destacaba por la belleza de su persona y sus cualidades nobles y atractivas. El Conquistador incluso le había prometido una de sus hijas en matrimonio[30]. Cuando, sin embargo, el joven noble reclamó su novia, se encontró con una negativa. Esto lo exasperó tanto como para retirarse hacia el norte con su hermano, donde organizaron un plan con los reyes de Escocia y Dinamarca y los príncipes de Gales, a fin de realizar un ataque por separado pero en simultáneo contra Guillermo; en este ataque los sajones desafectos deberían unírseles. Las medidas prontas y enérgicas del Conquistador desconcertaron tales proyectos antes de que hubieran madurado; los condes hermanos se vieron obligados a pedir la gracia, y obtuvieron una amnistía engañosa.

La célebre e incólume Torre Blanca de Londres, construida por Guillermo I de Inglaterra, "El Conquistador", a fines del siglo XI.

Las revueltas repetidas y formidables de los ingleses en 1069 obligaron a que Guillermo velara por la seguridad de Matilde y sus hijos enviándolos a Normandía[31]. En realidad, la presencia de la reina-duquesa no era menos necesaria allí que la de su bélico señor en Inglaterra. Era muy amada en el ducado, donde su gobierno se consideraba sumamente bueno, y el pueblo empezaba a murmurar por la ausencia de la corte y la nobleza, que, después de que los Estados de Normandía hubieran sido tan severamente gravados para sostener el gasto de las guerras inglesas, se consideraba como una calamidad nacional. Por lo tanto, que Guillermo nombrara a Matilde —por tercera vez— regente de Normandía fue una medida de gran conveniencia política. Como antes, su hijo mayor Roberto fue asociado con Matilde en la regencia; y al despedirse, el Conquistador rogó a su esposa «orar por la pronta terminación de los problemas ingleses, alentar las artes de la paz en Normandía y cuidar de los intereses de su juvenil heredero»[32].
Esta última prevención era algo superflua; porque la afición que tenía Matilde por su primogénito la traicionó en los actos más imprudentes de parcialidad, y con toda probabilidad fue la causa principal de las disensiones que surgieron entre Roberto y sus hermanos, y de la posterior ruptura entre el desatinado príncipe y su real padre.
La muerte del conde de Flandes, el padre de Matilde, y el estado de confusión en ese país debido a la lucha entre los hermanos y sobrinos de la reina —que parecían decididos a arruinarse los unos a los otros, y a provocar la caída de la antigua casa condal de Flandes—, la turbaron y se añadieron en no poca medida a los sentimientos de ansiedad y tristeza que nublaron su regreso a Normandía tras el breve esplendor de su residencia como reina en Inglaterra[33].
El año 1069 fue una temporada de peculiar miseria en Inglaterra[34]. La disolución de la corte en Winchester y la partida de la reina Matilde y sus hijos a Normandía arrojaron una profunda penumbra en el aspecto de los negocios de Guillermo, mientras que las clases laboriosas lo consideraron como un grave mal. Su prosperidad dependía del estímulo que podían extender los ricos y poderosos con su demanda de artículos de adorno y lujo, en cuya fabricación muchas manos se emplean de manera rentable, siendo el empleo el equivalente a la riqueza para aquellos cuyo tiempo, ingenio o fuerza pueden ser introducidos en el mercado en cualquier forma tangible. Pero donde no hay costumbre, es inútil gravar las energías del artesano para producir artículos que ya no son requeridos. Este fue el caso de Inglaterra desde el año 1069, cuando tras abandonar el país la reina y las damas de la corte, el comercio languideció, el empleo cesó y los horrores de la guerra civil se vieron agravados por la angustia de una población hambrienta. Incluso el más pacífico, producto de sus sufrimientos, se veía empujado a la desesperación.
Según la mayoría de los relatos, este año Guillermo, para evitar que la gente del país se reuniera en asambleas nocturnas con el fin de discutir sus quejas y estimularse en la revuelta, los obligó a couvre feu, o apagar las luces y los fuegos en sus viviendas a las ocho de cada tarde, al tañido de una campana llamada, de esa circunstancia, el toque de queda o couvre feu[35]. Tal ha sido, en todo caso, la tradición popular de las edades, y los rastros de la costumbre aún permanecen en muchos lugares. El toque de queda se identificó tan plenamente con las instituciones de Guillermo el Conquistador, que tenemos por cierto que se originó con él, sobre todo porque hay una gran razón para creer que, en su temprana carrera como duque de Normandía, ya había recurrido al mismo expediente, a fin de asegurar el mejor cumplimiento de su famoso edicto para la supresión de las peleas y los asesinatos en sus dominios, llamado enfáticamente la «paz de Dios»[36].
Guillermo salió a la lid después de la partida de Matilde: inició una de sus rápidas marchas hacia York —donde por incitación de Waltheof el ejército danés había tomado cuarteles de invierno—, y juró «por el esplendor de Dios» —su juramento habitual— que no dejaría un alma viviente en Northumberland. Tan pronto como entró en Yorkshire empezó a ejecutar sus terribles amenazas de venganza, dejando todo el país devastado a sangre y fuego. Después de sobornar al jefe danés para que se retirara, y de que Waltheof rindiera a discreción la largo tiempo defendida ciudad de York, Guillermo  ganó a este poderoso líder sajón para su causa, concediéndole en matrimonio a su bella sobrina Judit.
Estas nupcias fatales se celebraron entre las ruinas de la ciudad vencida de York, donde el Conquistador festejó la Navidad en medio de la desolación que había sembrado[37].
Sin entrar en los detalles melancólicos de la obra de devastación de Guillermo en el norte de Inglaterra, registrados tan patéticamente en la Crónica anglosajona, cerraremos los breves anales de los años horrendos de 1070 y 1071 con la muerte del conde Edwin, el marido prometido a una de las hijas del Conquistador y Matilde. Éste se dirigía desde Ely a Escocia, con el encargo, según se creía, de una comisión secreta de sus compatriotas desheredados para el rey de Escocia. Su ruta fue revelada por tres hermanos en que había confiado imprudentemente, y, después de una valiente defensa contra una banda de normandos, fue asesinado con veinte de sus seguidores. Los ingleses lloraron su muerte con pasión, e incluso la naturaleza severa del Conquistador se disolvió en compasión, y se dice que derramó lágrimas cuando los traidores que habían atraído a Edwin en la emboscada normanda le presentaron la cabeza sangrante del joven sajón, con su larga cabellera; y que, en lugar de conferir la recompensa esperada por los asesinos, los condenó al exilio perpetuo[38].
En 1694, el arado desenterró una curiosidad en un campo cerca de Sutton, en la Isla de Ely, donde se dice que Edwin y Morcar se encontraron. Se trata de un pequeño escudo de plata, de unos quince centímetros de largo. En él había una inscripción sajona, hecha para expresar que tenía la doble propiedad de proteger a la persona que lo llevaba y al amante por cuya causa se usaba. Si perteneció al joven conde Edwin, fue tal vez una prenda de amor que devolvió la princesa prometida[39].
Los obispos sajones habían dado un paso al frente como campeones de los antiguos derechos y leyes del pueblo; y Guillermo, como no pudo amedrentar o silenciar a estos verdaderos patriotas, procedió a privarlos de sus beneficios y a entrar a saco en las iglesias y monasterios, sin escrúpulos; y, según el informe de Roger de Wendover y otros cronistas antiguos, se apropió de todos los cálices y ricos relicarios en los que pudo poner las manos[40].
Fue en vano que el clero inglés apelara al pontífice romano: Guillermo se apoyaba en la autoridad del nuevo sistema de gobierno eclesiástico que habían adoptado los obispos normandos, que no era otra cosa que privar al pueblo del uso de las Escrituras en lengua sajona; así, la traducción de la Palabra de Dios que inició el rey Alfredo —una de las mejores y más nobles herencias de ese rey reformista—, se convirtió en letra muerta. También se sobreentendió que ningún erudito de nacimiento inglés sería admitido en ningún grado de la jerarquía eclesiástica[41].
Entonces, la autoridad real introdujo el idioma normando en todas las escuelas, colegios y fundaciones públicas de instrucción. Las leyes y los estatutos del país se escribieron en ese idioma, y no se permitió usar otro en los tribunales de justicia, para gran perplejidad y aflicción del pueblo del país, que necesitó emplear a los abogados normandos para obtener reparaciones frente a las injusticias de los normandos[42].
Por supuesto, los infortunados sajones podían estar seguros de que conseguirían más ley que justicia en estos casos, ya que la mayoría ignoraba totalmente el significado de los procedimientos; de modo que, a menos que tuvieran la suerte de caer en manos de litigantes normandos muy concienzudos, se los sacrificaba al interés superior de sus oponentes, y, aunque se pueda decir lo contrario, los abogados podrían emplear su elocuencia a favor de la parte contraria, o al menos revelar todos los puntos débiles de las causas de sus clientes.
Fue el deseo sincero de nuestros soberanos normandos silenciar la lengua sajona para siempre, sustituyéndola con el dialecto normando que era una mezcla de francés y danés[43]. Sin embargo, resultó cosa más fácil subyugar la tierra que suprimir la lengua natural del pueblo. Un cambio fue todo lo que se pudo efectuar, y ese cambio fue una fusión entre las dos lenguas: los normandos adquirieron gradualmente tantas palabras y modismos sajones, como palabras y modismos normandos fueron obligados a usar los anglosajones. El latín era utilizado por los eruditos como medio general de comunicación, y se mezcló así en un grado leve con la jerga de la parte más refinada de la sociedad. A partir de esta mezcla de elementos, nuestro propio lenguaje, abundante y expresivo, estaba en proceso de formación.
Una de las empresas más difíciles del Conquistador fue reducir la Isla de Ely, que el patriota sajón Hereward —uno de los campeones más valientes y líderes más destacados— había fortificado con la destreza militar más consumada.
El estado inestable de Inglaterra tuvo el efecto de separar a Guillermo de su amada reina, y los obligó durante un tiempo considerable a reinar por separado —él en Inglaterra y ella en Normandía.
Mientras tanto, Matilde —cuyo talento en el arte de gobernar no parece haber sido despreciable— había llevado la regencia de Normandía, durante todos los problemas que acosaron a su señor, con gran prudencia y habilidad. Se había encontrado en una posición de especial dificultad, como consecuencia de la rebelión de la provincia de Maine y las hostilidades combinadas del rey de Francia y el duque de Bretaña. Éstos entendieron que Guillermo estaba muy ocupado con la invasión escocesa y la rebelión sajona, y aprovecharon para atacar sus dominios continentales; Matilde se vio obligada a apelar el socorro de su ausente señor. Guillermo envió de inmediato al hijo de Fitz-Osbern para que ayudara a su hermosa regente en la defensa militar de Normandía; y aceleró la paz con el rey de Escocia para acudir cuanto antes a asistirla en persona, con sus tropas veteranas.
Las damas normandas estaban en aquella época muy descontentas por la ausencia prolongada de sus señores[44]. La esposa de Hugo de Grandmesnil, el gobernador de Winchester, les había causado gran inquietud por los informes que había hecho circular de las infidelidades de sus maridos. Estas noticias habían inducido que las indignadas damas enviaran mensajes perentorios por el retorno inmediato de sus señores. En algunos casos, los bélicos normandos habían obedecido estos mandatos conyugales, y regresaron al hogar para gran perjuicio de los negocios ingleses de Guillermo. No era otro el objetivo de la dama de Grandmesnil, que por alguna razón había concebido una particular mala voluntad contra su soberano; y, no contenta con hacer todo lo posible para incitar la rebelión de los súbditos normandos, había considerado conveniente echar las calumnias más perjudiciales sobre el carácter de Guillermo como esposo, llegando a insinuar que éste había hecho un intento contra su virtud[45].
Gytha, la madre de Harold, se adueñó ansiosamente de estos informes, y se dice que sintió un gran placer al hacerlos circular. Los comunicó a Sven, rey de Dinamarca, y añadió que Merleswen —un noble de Kent de cierta importancia— se había unido a la última rebelión en Inglaterra porque el tirano normando había deshonrado a su bella sobrina, la hija de uno de los canónigos de Canterbury[46]. Este cuento, ya sea falso o verdadero, llegó a su debido tiempo a los oídos de Matilde, y causó la primera diferencia conyugal que nunca había surgido entre ella y su señor. De ninguna manera tenía ella el temperamento como para tomar con paciencia una afrenta de esta clase, y se dice que hizo asesinar a la desafortunada joven en circunstancias de gran crueldad[47]. Hearne, en sus notas a Roberto de Gloucester, nos ofrece una curiosa secuela de este relato, extraída de una muy antigua crónica de la Biblioteca Cottoniana. Allí se relata «que la hija del sacerdote fue asesinada en secreto por un criado de confianza de Matilde, la reina», y se añade «que el Conquistador enfureció tanto por la venganza bárbara que había tomado su reina, que a su regreso a Normandía la golpeó con la brida, tan severamente que poco después ella murió». Ahora bien, lo cierto es que, después de la época en que supuestamente el fuerte brazo del Conquistador infligió esta disciplina matrimonial, Matilde vivió otros diez años; y el mismo digno cronista parece considerar esa parte de la historia como apócrifa, y se limita a narrarla como uno de los comentarios que circulaban en aquellos días. Nos inclinamos a creer que la historia en conjunto tiene su origen en los informes escandalosos de esa chismosa maligna del siglo XI, la señora de Grandmesnil; aunque al mismo tiempo, es de temer que la mujer que fue capaz de infligir una venganza tan mortal contra el infortunado noble sajón que había sido el objeto de sus primeros afectos, no habría tenido muchos escrúpulos en su trato con una mujer a la que sospechaba su rival en la consideración de su marido. A esta distancia de tiempo es imposible, después de la investigación más cuidadosa, hablar con certeza sobre el grado de crédito que puede tener esta oscura historia; pero como varios de los cronistas más antiguos la registran, relatarla es un deber para los biógrafos de Matilde de Flandes, y que los lectores saquen sus propias conclusiones.
En su viaje a Normandía, Guillermo contó con el concurso de un gran séquito militar; muchas tropas inglesas así como normandas lo acompañaron[48], y le brindaron un buen servicio para someter la provincia rebelde de Maine. El rey de Francia se retiró rápidamente ante el terror de las armas de su vecino belicoso, y la paz se restableció rápidamente dentro del círculo de los dominios continentales de Guillermo.
Si durante su larga separación hubo alguna causa de ira o desconfianza que interrumpiera la felicidad conyugal de Matilde y su marido, no fue más que una nube pasajera, porque los historiadores coinciden en que vivieron en el estado de unión más cariñoso durante el año 1074, gran parte del cual el Conquistador lo pasó con su familia en Normandía[49]. Fue en este período que Edgar Atheling llegó a la corte de Caen para agachar la cabeza voluntariamente ante el soberano normando, y para implorar perdón por las varias insurrecciones en que había participado. El Conquistador concedió generosamente una amnistía, lo trató con gran amabilidad y le otorgó una pensión diaria de una libra de plata[50]. Esperaba que este arreglo amistoso protegiera su gobierno en Inglaterra de cualquier perturbación futura. Se equivocaba: nuevos problemas ya habían estallado en esa región, sólo que esta vez procedían de sus turbulentos jefes normandos; con todo, uno de ellos, el hijo de su gran favorito y pariente de confianza Fitz-Osbern, fue derrotado y hecho prisionero[51] por los nobles y prelados de Worcester. La flota danesa, que en vano se había agazapado en la costa a la espera de una señal para desembarcar las tropas en auxilio de los conspiradores, de buena gana se retiró sin cumplir su objetivo. En cuanto al gran conde sajón Waltheof —que había sido arrastrado al complot, y que su esposa normanda Judit había denunciado a su tío el Conquistador— fue, luego de un largo suspenso, decapitado en un altozano justo en las afueras de Winchester; siendo así el primer noble inglés que murió a manos de un verdugo[52].
Luego, Guillermo persiguió al traidor normando Raúl de Gaël hasta el continente, y lo sitió en la ciudad de Dol, donde éste se había refugiado. El joven duque de Bretaña, Alan Fergant, ayudado por el rey de Francia, llegó con un ejército poderoso en socorro del conde sitiado; y Guillermo no sólo se vio obligado a levantar el sitio, sino que hubo de abandonar sus tiendas de campaña y equipaje por valor de quince mil libras. Sin embargo, sus talentos diplomáticos le permitieron salir airoso del aprieto en que se había metido: firmó un tratado de paz con el valiente duque de Bretaña, concluido con un matrimonio entre su hija Constanza y Alan. Esta alianza no era menos ventajosa para el novio principesco que agradable para Guillermo y Matilde. Las nupcias se celebraron con gran pompa, y la novia recibió como dote todas las tierras de Chester, posesiones que pertenecieran una vez al desafortunado conde Edwin, anterior prometido de una de sus hermanas[53].
Al cierre de este año murió Edith, la viuda de Eduardo el Confesor. Se había retirado a un convento, pero fue tratada con el respeto y honor de una reina viuda, y enterrada al lado de su marido real en la abadía de Westminster. Su desafortunada cuñada Edith, la viuda de Harold —y por tanto, la otra reina viuda sajona—, la sobrevivió mucho tiempo; esta dama, después de experimentar las calamidades de la grandeza y la vanidad de las distinciones terrenales, renunció voluntariamente a su título real y pasó el resto de sus días en el anonimato.
En el año 1075, Guillermo, Matilde y familia celebraron la fiesta de la Pascua con gran pompa en Fécamp, y asistieron en persona a la profesión de su hija mayor, Cecilia, que recibió allí el velo de monja de manos del arzobispo Juan[54]. «Esta dama real», dice Orderico Vital, «había sido educada con gran cuidado en el convento de Caen, donde fue instruida en toda la sabiduría de la edad y varias ciencias. Fue consagrada a la santísima e indivisible Trinidad, y tomó el velo bajo el gobierno de la venerable abadesa Matilde, y fielmente se ajustó a todas las reglas de la disciplina conventual. Cecilia sucedió a esta abadesa en ese oficio, habiendo mantenido por catorce años la más alta reputación de santidad y sabiduría. Desde el momento en que su padre la dedicó a Dios, se convirtió en una verdadera sierva del Altísimo, y continuó una virgen pura y santa, ateniéndose a las normas de piedad de su orden, por un período de cincuenta y dos años».
Poco después de la profesión de la señora Cecilia, comenzaron a aparecer en la familia real esas divisiones fatales de las que Matilde es acusada de haber sembrado las semillas, debido a la parcialidad perjudicial que había mostrado por su primogénito Roberto.
Este príncipe, después de estar asociado con su real madre en la regencia de Normandía desde la edad de catorce años, había sido mostrado en público más de lo que era tal vez deseable en un período de la vida cuando las ideas presuntuosas de autosuficiencia no hacen otra cosa que inflar la mente. Roberto, durante la larga ausencia de su padre, no sólo se emancipó de todo control, sino que se acostumbró a ejercer por anticipado las funciones de un soberano, y a recibir el homenaje y la adulación de todas las clases de gente en los dominios de su heredad. El Conquistador, al parecer, había prometido que un día le otorgaría el ducado de Normandía; y Roberto, después de haber representado la majestad ducal durante casi ocho años, se consideró ofendido cuando su real padre tomó una vez más el poder en sus manos y le exigió la obediencia de un súbdito y el deber de un hijo[55]. También había una rivalidad celosa entre Roberto y sus dos hermanos menores, Guillermo Rufus y Enrique. Guillermo Rufus, a pesar de sus modales groseros, bulliciosos, y la imprudencia aparente de su disposición, tenía una cuota abundante de mundanidad, y supo adaptarse al humor de su padre, para el que no fue menos favorito de lo que Roberto lo fue para Matilde. Roberto era un príncipe de una disposición generosa, pero de un temperamento irritable, orgulloso y rápido para ofenderse. Debido a su baja estatura, su padre le había otorgado el apodo de Courtheuese[56] («Piernas Cortas»), y esta denominación, como todos los nombres que derivan de algún defecto personal, era sin duda muy desagradable para un joven arrogante, y tendió en no poco grado a aumentar la mortificación que acompañó la pérdida del poder, y a crear sentimientos de mala voluntad contra su real padre. Había, con todo, muchos aduladores perjudiciales y amigos fingidos entre los disipados jóvenes de la nobleza normanda, que aprovecharon todas las ocasiones para convencerlo de que era una persona ofendida, sobre todo en lo referido a la provincia de Maine. En su infancia, Roberto había sido desposado con Margarita, la heredera de Heberto, el último conde de esa provincia. La pequeña condesa murió mientras aún eran niños y Guillermo de Normandía, que durante la minoría de edad de aquélla había tomado sus tierras en tutela, las anexó a sus dominios. Cuando el joven viudo llegó a la mayoría de edad, se consideró con título al condado y las tierras de Maine por el derecho de su esposa fallecida, y los reclamó a su padre. Éste lo serenó con bellas palabras, pero retuvo el territorio, a pesar de que el pueblo de Maine exigía a Roberto como su señor; de hecho, cuando la ciudad rebelde de Le Mans se rindió, uno de los artículos de la capitulación exigía que el príncipe debía recibir la investidura del condado. El Conquistador violó esta condición, pues no tenía en mente desprenderse de ninguna parte de sus adquisiciones en vida; haciendo honor en esta ocasión —como en cualquier otra— a las predicciones hechas por los chismosos en su nacimiento: «que iba a agarrar todo lo que tuviera a mano, y lo que habría de agarrar lo conservaría»[57].
En el año 1076, mientras Matilde y Guillermo estaban con su familia en el castillo de L’Aigle, sus dos hijos más jóvenes, Guillermo y Enrique, para hacer una travesura, echaron un poco de agua sucia desde el balcón de un apartamento sobre Roberto y algunos de sus partidarios, que estaban caminando en el patio de abajo. El heredero fogoso de Normandía interpretó este acto de inmadurez como un acto de estudiado desprecio; y como estaba en ese momento irritable y emocionado, sacó su espada y se precipitó por las escaleras con la amenaza de vengarse mortalmente de los jóvenes transgresores que le habían insultado delante de toda la corte. Esto ocasionó un tumulto y alboroto prodigioso en el castillo, y nada más que la presencia y autoridad severa del rey, que al oír la alarma irrumpió en la sala con su espada en mano, pudo evitar las consecuencias fatales[58].
Roberto, sin obtener la satisfacción que esperaba por la afrenta que había recibido, esa misma tarde se retiró en secreto de la corte, seguido de un partido de jóvenes nobles que se habían unido a su causa[59].
Ricardo, el segundo hijo de Guillermo y Matilde, no parece que tuviera parte en estas disputas. Era el discípulo del educado Lanfranco, y probablemente estaba ocupado en sus estudios, pues se dice que fue un príncipe de gran promesa y disposición amable[60]. Murió en Inglaterra en la flor de la juventud. Según la tradición popular, un ciervo lo embistió mientras cazaba en el Bosque Nuevo y le causó la muerte; pero algunos historiadores registran que murió de una fiebre ocasionada por la malaria en el distrito despoblado de Hampshire, cuando tantos miles de desafortunados sajones perecieron de hambre como consecuencia de habérseles expulsado ​​de sus hogares cuando el Conquistador convirtió esa parte antes fértil de Inglaterra en un coto de caza, para el disfrute de su diversión favorita.
El príncipe Ricardo fue enterrado en la catedral de Winchester: todavía se ve allí una losa de piedra marcada con su nombre.

El "Bosque Nuevo". Maldito según la tradición, ya que allí, en circunstancias poco claras, hallaron la muerte dos hijos de Guillermo y Matilde.

Drayton ofrece una razón política de la despoblación de la costa de Hampshire, ocasionada por el cercamiento del Bosque Nuevo, que bien merece la consideración del lector de historia:
          Ven, claro Avon, tu hermano Stour te llama,
          Y al pie del Bosque Nuevo te hace caer en el mar;
          Ese bosque, cuyo paisaje no parece tener límites,
          Ante todo nació de la tiranía de Guillermo,
          Que hizo leyes para guardar esas bestias que puso entonces,
          Su voluntad ilegal sacó los hombres que antes estaban aquí:
          Donde la tierra se calentaba con los fuegos festivos del invierno,
          Ahora se cría la liebre melancólica entre los matorrales y las zarzas
          enmarañadas;
          Y en los sitios donde se levantaban las iglesias, cultivados de ortigas,
          helechos y malas hierbas,
          Permanece ahora el viejo tronco astillado, donde el labrador echaba
          sus semillas.
          Aquí el pueblo fue separado de todos los oficios por Guillermo:
          Este lugar el normando todavía puede invadir,
          Y, en esta tierra desolada y esta orilla poco frecuentada,
          Nuevas fuerzas siempre pueden desembarcar para ayudar a los que
          llegaron antes.

La Crónica anglosajona comenta los estatutos opresivos que promulgó el Conquistador normando para preservar la caza, con un dejo elocuente de indignada ironía, y dice: «Amaba al gran ciervo como si hubiera sido su padre».
Es más que cierto que las leyes de caza existían desde un período muy anterior: pero fue durante este reinado que se convirtieron en un agravio para el pueblo, y asumieron el carácter de una injusticia en la legislatura del país. La política más ilustrada de la jurisprudencia moderna ha mejorado, en cierto grado, las penas rigurosas que promulgó nuestra dinastía real normanda contra la caza furtiva; pero la amargura que generó el espíritu de esas leyes sigue vigente en los corazones de las clases contra las que fueron dirigidas, y las personas que asumen el oficio de agitadores políticos las utilizan constantemente, con el propósito de crear divisiones entre el pueblo y sus gobernantes.




[1] Este autor elegante, que también se llama Pictaviensis, fue arcediano de Lisieux. Su Crónica de la conquista de Inglaterra está escrita en un lenguaje muy fluido, que en el estilo se asemeja en gran medida a un poema heroico. Abunda en elogios sobre su real patrón, pero es en extremo valioso en cuanto a la historia personal que contiene. A veces se le llama la «crónica doméstica de Guillermo de Normandía».
[2] Orderico Vital. Guillermo de Poitiers.
[3] Chron. Tewkesbury, Bib. Cottoniana MSS Cleopatra, c. 111. Monasticon, vol. III, p. 59. Leland, Coll., vol. I, p. 78.
[4] El autor de la continuación de Brut, nacido en la misma edad, y que escribió en el reinado de Enrique I, hijo de esta reina, así alude a esta circunstancia:

                             La quele jadis quant fu pucelle,
                             Ama un conte d’Angleterre,
                             Brihtric Mau, le oi nomer,
                             Apres le roi ki fu riche ber.
                             A lui la pucell envoeia messager,
                             Pur sa amour a lui procurer:
                             Mais Brihtric Maude refusa.

                             La que cuando fue doncella
                             Amó a un conde de Inglaterra,
                             Llamado Brihtric Mau,
                             El hombre más rico después del rey.
                             A él la virgen envió un mensajero
                             Para ella obtener su amor:
                             Pero Brihtric rechazó a Maud.

[5] Chronicle of Tewkesbury. Thierry, Anglo-Normans.
[6] «Infra scriptas terras tenuit Brihtric et post Regina Matilda».—Domesday Book, tom. II, p. 100. History of Gloucester.
[7] Malmesbury. Guillermo de Poitiers.
[8] El hijo de su madre Arlette y de Herluin de Conteville.
[9] Guillermo de Poitiers. Malmesbury. S. Dunelmensis. Walsingham, Ypodigma Neustriæ.
[10] Guillermo de Poitiers. Henderson.
[11] Guillermo de Poitiers.
[12] Ibídem.
[13] «Trabajo inglés».
[14] Orderico Vital. Saxon Chronicle.
[15] Guillermo de Poitiers.
[16] Orderico Vital.
[17] Impuesto que habían establecido los reyes anglosajones, con el fin de suministrar los fondos necesarios para pagar el tributo con el que se defendían de las incursiones de los piratas daneses. (N. del T.)
[18] Orderico Vital.
[19] Ibídem.
[20] Florencio de Worcester. S. Dunelmensis. M. Westminster.
[21] S. Dunelmensis. Saxon Chronicle.
[22] Henderson.
[23] Henderson.
[24] Glories of Regality.
[25] Henderson dice erróneamente «Dymock»; era Marmion. Esta ceremonia, desconocida entre los monarcas sajones, era de origen normando. Las tierras de Fontenaye, en Normandía, Guillermo el Conquistador las concedió a Marmion, uno de sus seguidores, en usufructo de su oficio. Éste se hizo hereditario en la familia Marmion, y de ella, por ser coherederos, pasó a los Dymoke de Scrivelsbye.—Véase Dugdale. Las armas de los Marmion, debido al cumplimiento de este gran servicio feudal, eran de sable, una espada de una mano, el jefe de plata.—Glories of Regality.
[26] La constructividad es, según la cuestionada frenología, la sede de la iniciativa, la creatividad y la originalidad. Confiere la capacidad de inventar, diseñar y construir. Se localiza en las sienes, debajo de la idealidad. (N. del T.)
[27] Últimamente el Tapiz de Bayeux ha sido tema de mucha controversia entre algunas personas educadas, que están decididas a privar a Matilde de su fama tradicional como la hacedora de este espécimen de la habilidad e industria femeninas. Montfaucon, Thierry, Planché, Ducarel, Taylor y muchas otras autoridades de igual importancia se podrán citar en apoyo de la tradición histórica que dice que el tapiz fue obra de Matilde y sus damas. Los breves límites a los que estamos confinadas en estas biografías no admitirán que nos detengamos en los argumentos de aquéllos que cuestionan el hecho, aunque los hemos examinado cuidadosamente; y, con el debido respeto a la opinión de los señores de la creación en todos los temas relacionados con la política y la ciencia, nos atrevemos a pensar que nuestros amigos eruditos, los arqueólogos y anticuarios, harían bien en dirigir sus energías intelectuales a objetos más masculinos de investigación, y dejar la cuestión del Tapiz de Bayeux (con todas las demás cuestiones afines al bordado) a la decisión de las damas, a cuya provincia pertenece peculiarmente. Es cuestión de duda para nosotras si uno de los muchos caballeros que han cuestionado los derechos de Matilde sobre esta obra, si se le pidiera que ejecutara una copia de cualquiera de las figuras en el lienzo, sabría cómo poner el primer punto. Todo el Tapiz de Bayeux ha sido copiado, y de color como el original, por la Sociedad de Anticuarios, quienes si no hubieran hecho otra cosa para merecer la aprobación del mundo histórico, la habrían merecido sólo por esto.
[28] Thierry, History of the Anglo-Normans. Las figuras de los tapices, de hecho, las preparaba siempre algún artista experto, quien las diseñaba y trazaba en los mismos colores que la bordadora utilizaría en seda o lana; y se nos dice en la Vida de san Dunstán «que cierta dama religiosa, transportada por el deseo de bordar una vestidura sacerdotal, imploró ardientemente al futuro canciller de Inglaterra —entonces un joven de poca nota que empezaba a dar de hablar por su gusto excelente en tales diseños— que dibujara las flores y figuras que ella posteriormente bordaría con hilos de oro».
[29] En Norwich, Warwick, Lincoln, York, Nottingham, etcétera.
[30] Orderico Vital.
[31] Orderico Vital. Enrique de Huntingdon.
[32] Orderico Vital. Malmesbury.
[33] Orderico Vital.
[34] Guillermo de Poitiers. Orderico Vital. Saxon Chronicle.
[35] Speed. Se estableció por primera vez en Winchester. Cassan, Lives of the Bishops of Winchester. Polidoro Virgilio es el primer cronista que menciona el toque de queda.
[36] Orderico Vital. El toque de queda todavía se tañe en algunos distritos de Normandía, donde se le llama «La Retraite».—Ducarel.
[37] Mateo de París.
[38] Orderico Vital, p. 521. J. Brompton.
[39] Ingram, el entendido traductor de la Crónica anglosajona, ha dado esta elegante traducción de la inscripción:

                          Edwinus me pignori dat;
                          Illa, O Domine, Domine,
                          Cum Semper defendant,
                          Quæ me ad pectus suum gestet,
                          Nisi illa me alienaverit
                          Sua sponte.

                       Edwin ha dejado su promesa en mí,
                               Ahora a la batalla fue;
                          Puede ser su ángel guardián
                               La que me usa en su pecho.

                          Ella puede mostrarle su fiel corazón,
                               Oh, Dios, te ruego:
                          Edwin recompensará su amor
                               Cuando vuelva del combate.

                          Pero si olvidando ella sus votos,
                               (¡Qué el Cielo evite este pensamiento!)
                          Vende esta prenda de amor de su esposo
                               Que nunca puede ser comprada;

                           Si por propia voluntad arroja
                                Lejos este talismán;
                           La vida de Edwin no durará más
                                Para arrepentirse de ese día fatal.

Como este talismán se encontró donde el conde Edwin cayó, o al menos donde se tuvo última noticia de él, las circunstancias parecen decir que él se encontraba en posesión del escudo, y no la dama amada, que con toda probabilidad había sido obligada a devolvérselo.
[40] Ingulf. Malmesbury. Brompton.
[41] Ingulf. Halket. Eadmer. Saxon Annals.
[42] Ingulf. Halket. Polidoro Virgilio. Mills. Brady.
[43] Mientras que la lengua provenzal estaba todavía en su infancia en el sur de Francia, el romance valón, o latín, corrompido por el alemán, era el dialecto que se hablaba en el norte de Francia, y con una mezcla adicional de nórdico se convirtió en el idioma educado y poético de la corte ducal de Normandía. Se le llamó la langue d’oil, o «la lengua del oui», por su forma afirmativa. La denominación de valón deriva de la palabra Waalchland, el nombre con el que los alemanes hasta el día de hoy designan a Italia. Guillermo el Conquistador estaba tan apegado al romance valón, que animó su lectura entre sus súbditos y lo impuso a los ingleses por medio de decretos rigurosos, en lugar del antiguo sajón que se parecía mucho al nórdico de los propios antepasados del rey. Fue de Normandía que se originaron los primeros poetas de lengua francesa. Un digesto de las leyes que Guillermo impuso a sus súbditos ingleses es el trabajo más antiguo que existe en romance valón. Luego el Libro de Brut, una historia fabulosa de los britanos; el Romance de Rou —o «Historia de Rollón»— de Wace; la palabra romance no significa «ficción», sino «narrativa».
[44] Orderico Vital. Malmesbury.
[45] Henderson. Orderico Vital.
[46] Henderson, Life of the Conqueror. Hay que recordar que la Iglesia católica anglosajona permitió los matrimonios de los clérigos ingleses hasta cerca de un cuarto de siglo después.
[47] La hizo desjarretar.—Rapin. Henderson dice que Matilde ordenó que le cortaran las mandíbulas.
[48] Orderico Vital.
[49] Ibídem. Malmesbury. Saxon Annals.
[50] Saxon Annals. Malmesbury. Brompton.
[51] Fitz-Osbern era pariente del soberano, y antes de este acto de rebeldía estaba muy alto en el favor del rey. Sólo fue castigado con la pena de prisión por participar en la conspiración. Después de un tiempo, su soberano, para mostrarle que estaba dispuesto a perdonarlo, le envió un conjunto de prendas costosas; pero Fitz-Osbern —en lugar de ofrecer sus agradecimientos por este regalo— ordenó hacer un gran fuego, y en presencia del mensajero quemó las ricas prendas una por una, con las expresiones más insolentes de desprecio. Guillermo se enojó mucho por la forma en que su pariente-vasallo había recibido esta gracia inusitada, pero no le infligió castigo más severo que una prisión prolongada.—Henderson.
[52] Orderico Vital.
[53] Saxon Annals. S. Dunelmensis. Malmesbury.
[54] Orderico Vital. Malmesbury.
[55] Orderico Vital.
[56] Roberto de Gloucester.
[57] Orderico Vital.
[58] Ibídem.
[59] Malmesbury.
[60] Camden. Saxon Chronicle.

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