Matilde asume el título de reina de Inglaterra.—Su regencia en Normandía.—Su estímulo a la educación.—Beneficencias.—Su venganza sobre Brihtric Meaw.—La obtención de sus tierras.—El encarcelamiento de Brihtric.—Su muerte en prisión.—La corte de Guillermo en Berkhamstead.—Regreso triunfal a Normandía.—Matilde espera su desembarco.—Marcha triunfal de los normandos.—Rebeliones en Inglaterra.—Guillermo nombra a Matilde regente otra vez.—Embarca a Inglaterra en una tormenta.—Guillermo envía por Matilde.—Ella llega a Inglaterra con sus hijos.—Su coronación en Winchester.—Un campeón en la coronación.—El nacimiento de su hijo Enrique.—El Tapiz de Bayeux.—Su artista enano Turold.—Su hija prometida al conde Edwin.—La ruptura del compromiso.—El regreso de la reina Matilde a Normandía.—Regente por tercera vez.—Su amor apasionado por su hijo mayor.—La muerte de su padre.—Las disensiones de sus hermanos.—Los malos efectos de su ausencia de Inglaterra.—Las miserias de los ingleses.—Los gobiernos independientes de Guillermo y Matilde.—El rey de Francia ataca a Matilde.—El gobierno capaz de ésta.—El descontento de las damas normandas.—Los informes escandalosos.—La supuesta infidelidad conyugal de Guillermo.—La crueldad de Matilde para con su rival.—El duque de Bretaña invade Normandía.—Su matrimonio con la segunda hija de Matilde.—La profesión religiosa de la princesa Cecilia.—Disensiones en la familia real.—La parcialidad de Matilde por su hijo Roberto.—Su segundo hijo, el príncipe Ricardo.—Su muerte.—El Bosque Nuevo.
«NUESTRA señora Matilde», dice Guillermo de
Poitiers[1],
el capellán del Conquistador, «ya había asumido el título de reina, a pesar de que
todavía no era coronada. Había gobernado Normandía durante la ausencia de su
señor con prudencia y habilidad». En efecto, había sostenido firmemente la
autoridad, tanto que aunque toda la flor y la fuerza de Normandía habían
seguido la suerte de su duque guerrero hacia las costas de Inglaterra, ninguno
de los príncipes vecinos se había aventurado a molestar a la duquesa-regente.
Es cierto que su
pariente, el emperador Enrique, se había comprometido a defender Normandía con
toda la fuerza de Alemania en caso de cualquier agresión por parte de Francia o
de Bretaña; y ella también tuvo un vecino y protector poderoso en el conde de
Flandes, su padre; pero sin duda gran mérito se debió a su conducta política, al
mantenerse el ducado libre tanto de los embrollos externos como de los
conflictos internos en un período tan trascendental. Su gobierno fue muy
popular y próspero en Normandía[2],
donde, rodeada de los hombres más sabios de la época, impulsó en no poca medida
el progreso de la civilización y el refinamiento. El estímulo que proporcionó a
las artes y las letras le ganaron reportes de oro en la crónica de esa edad.
Bien consciente era
Matilde de la importancia que tiene para los príncipes enrolar en su servicio
las plumas de aquéllos que poseen el poder de defender o menoscabar los tronos,
y cuya influencia sigue inclinando las mentes de los hombres después de
transcurridas las edades.
«Esta princesa»,
dice Orderico Vital, «que descendía de los reyes de Francia y de los
emperadores de Alemania, se distinguió aún más por la pureza de su mente y
modales que por su linaje ilustre. Como reina fue generosa y liberal con sus donaciones.
Unió la belleza al origen gentil y a todas las gracias de la santidad
cristiana. Mientras que las armas victoriosas de su ilustre esposo subyugaban
todo a su paso, ella fue infatigable en aliviar la angustia en todas las
formas, y redobló sus limosnas. En una palabra, superó todas las alabanzas y se
ganó el cariño de todos los corazones».
Tal es el carácter
que uno de los historiadores más elocuentes y circunstanciales del siglo XI ha
dado de Matilde. Sin embargo, Orderico Vital, un testigo de la época,
difícilmente podía ignorar la mancha oscura que el primer ejercicio de su poder
en Inglaterra dejó sobre la memoria de la reina.
La Crónica de Tewkesbury[3]
—la misma que establece que Brihtric Meaw, el señor del honor de Gloucester, se
había negado a casarse con Matilde cuando residía en la corte flamenca como
embajador de Eduardo el Confesor[4]—
añade que en el primer año del reinado de Guillermo el Conquistador, Matilde
obtuvo de su señor la concesión de todas las tierras y los honores de Brihtric,
y que entonces hizo aprehender al desafortunado sajón en su mansión de Hanelye,
y conducirlo a Winchester, donde murió en prisión y fue enterrado en privado[5].
Así pues, parece
que Matilde, después de haber ocupado durante catorce años la posición más
elevada, y disfrutar de la mayor felicidad como esposa y madre, había incubado
en secreto el recuerdo amargo del desaire recibido en su primera juventud, con
el propósito de infligir a cambio la venganza más mortal sobre el hombre que
una vez había rechazado su amor.
El relato breve de
esta circunstancia, sin comentarios, no aparece en una historia general, sino
en una historia topográfica, y los registros del Domesday Book la confirman en gran medida. Allí aparece que
Guillermo el Conquistador otorgó a Matilde las posesiones de Avening,
Tewkesbury, Fairford, Thornbury, Whitenhurst y otras varias en Gloucestershire,
pertenecientes a Brihtric, hijo de Algar. Posesiones que después de la muerte
de la reina volvieron a la Corona, y Guillermo las concedió de nuevo a su
segundo hijo, Guillermo Rufus[6].
Matilde, además,
privó a Gloucester de su carta y libertades cívicas, por el mero hecho de que
era la ciudad del desafortunado Brihtric —tal vez porque esa comunidad hubo
mostrado algún signo de resentimiento por el destino de su anterior señor.
En base a esta
evidencia, tememos que la primera de nuestras reinas normandas debió ser
hallada culpable de los delitos de injusticia y robo, si no de asesinato liso y
llano; y si hubiera sido posible hacer un examen post-mortem en el cuerpo del infortunado hijo de Algar, tal vez se
habría encontrado razón suficiente en el carácter privado de su entierro. Toda
esta injusticia se hizo por agencia; ya que, si las fechas son correctas,
Matilde aún no había entrado en Inglaterra.
Pocos días después
de su coronación, Guillermo, sintiendo alguna razón para desconfiar de los
londinenses, se retiró a sus antiguos cuarteles en Berkhamstead, donde instaló
su corte y tuvo éxito en reunir en su entorno a muchos de los más influyentes
príncipes y barones sajones, a quienes a cambio de sus juramentos de lealtad
restauró en sus propiedades y honores.
Su siguiente paso,
para satisfacción de sus seguidores normandos y súbditos sajones, fue sentar
las bases de la iglesia y la abadía de St. Martin, que ahora se llama abadía de
Battle, donde se ofrecieron oraciones perpetuas por el descanso de las almas de
todos los que habían caído en ese conflicto sangriento.
Abadía de Battle, consagrada a san Martín de Tours. Construida por la salvación de los caídos en la batalla de Hastings, y por el perdón de los pecados de Guillermo y Matilde
El altar mayor de
este monumento magnífico de la victoria normanda se estableció en el mismo
lugar donde se encontró el cuerpo de Harold, o, según otros[7],
donde éste por primera vez plantó su pendón.
La tranquilidad
había vuelto a Inglaterra, o las cosas estaban progresando rápidamente en ese
sentido tan deseado. Guillermo, que llevaba seis meses separado de su esposa y
familia, deseó abrazarlos una vez más y mostrar a sus súbditos normandos su
grandeza recién adquirida, lo que lo indujo a volver a su país natal, en un
momento en que habría sido mucho más propicio para sus intereses permanecer en
Inglaterra. Antes de partir colocó fuertes guarniciones normandas en todos sus
castillos; nombró regentes de Inglaterra a su hermanastro Odo, el obispo de
Bayeux[8],
y a su fiel pariente y amigo Guillermo Fitz-Osbern; y se llevó a Normandía
todos los anglosajones prominentes. Entre éstos estaban Edgar Atheling, Morcar,
Edwin y Waltheof[9]. Estos
señores, que sin duda no tenían ningún deseo de convertirse en sus compañeros
de viaje, no se complacieron mucho con la idea de hinchar la soberbia de los
normandos formando parte del desfile triunfal de Guillermo.
Guillermo había decidido
pasar las fiestas de la Pascua en Normandía con su reina; y sin considerar las
semillas de descontento y disgusto que estaba sembrando en los pechos de sus
nuevos súbditos, reembarcó en el Mora en el mes de marzo de 1067, y con la más
espléndida compañía que salió alguna vez de Inglaterra cruzó los mares y
desembarcó en su tierra natal, un poco por debajo de la abadía de Fécamp.
Matilde ya estaba
allí con sus hijos[10],
lista para recibir y dar la bienvenida a su ilustre señor, quien fue recibido
con el rapto más entusiasta por todas las clases de sus súbditos. Para alegría
de Guillermo, este año el ayuno solemne de la Cuaresma se celebró como un
festival; se suspendieron todas las labores, y nada más que la alegría y el
placer se impusieron en su Normandía natal[11].
Guillermo parece
haber tenido el placer infinito de mostrar, no sólo a su esposa y familia,
sino también a los embajadores extranjeros, los despojos costosos que había
traído de Inglaterra[12].
La cantidad y la ejecución exquisita de la vajilla de oro y plata, y aún la
riqueza de las prendas bordadas, elaboradas por las manos hábiles de las
mujeres anglosajonas (que entonces se estimaban muy preciosas en toda Europa,
tanto que se las llamaba, por distinción, Anglicum
opus[13])
excitaron la admiración y el asombro de todos los espectadores; pero sobre todo
fue la vestimenta espléndida de sus guardias, y la magnificencia y belleza de
los nobles anglosajones de pelo largo y bigote, lo que atrajo la maravilla de
los príncipes y pares extranjeros.
Guillermo y su
reina-duquesa pasaron todo el verano en una serie de marchas triunfales a
través de los pueblos y ciudades de Normandía[14].
Mientras tanto, Inglaterra, además de todos los horrores recientes de la guerra
y la rapiña, sufría a un mismo tiempo de los males que acompañan un sistema de
gobierno absentista, y el peso opresivo de un yugo extranjero. El espíritu de
libertad estaba aplastado, pero no extinto entre el pueblo del país; y la
ausencia del Conquistador fue considerada como una oportunidad favorable para
expulsar a las langostas indeseables que se habían pegado a la tierra y
devoraban su gordura; y una intriga secreta estaba en agitación para provocar
un levantamiento simultáneo en toda Inglaterra, con el propósito de ejecutar
una matanza general de normandos[15].
Pero aunque el terror que imponía la presencia de Guillermo se alejara por un
tiempo, éste mantuvo un espionaje estricto sobre el proceder de los ingleses.
El primer rumor de lo que ocurría entre ellos lo sacó del derrotero de placer
que había estado persiguiendo. Renunció a la idea de celebrar una espléndida
Navidad con su amada familia, renovó el nombramiento de Matilde y su hijo
Roberto como regentes de Normandía, y embarcándose en un mar tormentoso zarpó
de Dieppe el 6 de diciembre[16].
El 7 llegó a Winchelsea y se dirigió de inmediato a Londres, para consternación
de los descontentos, que se creían a seguro de su enemigo debido a la llegada
del invierno.
Celebró la Navidad
en Londres, y aunque tomó las medidas más rápidas y enérgicas para aplastar la
insurrección, dio una recepción conciliatoria a todos los prelados y nobles
ingleses que se atrevieron a responder su convocatoria.
Después de reprimir
la revuelta que causó la imposición del Danegeld,[17]
Guillermo, consciente de los inconvenientes inherentes a una corte sin reina, y
sintiendo además el mayor deseo de disfrutar de la compañía de su bella
consorte, envió una noble comitiva a Normandía para que condujera a Matilde y
sus hijos hacia Inglaterra[18].
Ella obedeció con alegría el mandato bienvenido de su señor, y cruzó el mar con
un cortejo imponente de nobles, caballeros y damas[19].
Entre los clérigos educados que la acompañaron estaba el célebre Guy, obispo de
Amiens, que se había distinguido por un poema heroico sobre la derrota y la
caída de Harold.
Matilde llegó a
Inglaterra poco después de la Pascua, en el mes de abril de 1068, y tras
proceder de inmediato a Winchester, su señor la recibió con gran alegría; de
inmediato se iniciaron los preparativos para su coronación, que debía tener lugar
en esa ciudad el domingo de Pentecostés[20].
En la Edad Media, parece que los ingleses consideraban las grandes fiestas de
la Iglesia como días peculiarmente propicios para celebrar las coronaciones y
matrimonios, a juzgar por la frecuencia con que se realizaban en esas
ocasiones. Por lo general el domingo era elegido como día de coronación.
Guillermo, que
había ansiado mucho compartir sus flamantes honores con Matilde, optó por
hacerse coronar de nuevo para hacer más imponente el espectáculo de la
consagración de su consorte; y, para mejor conciliar el afecto de sus súbditos
ingleses, repitió por segunda vez el juramento que lo comprometía a gobernar
con justicia y moderación, y preservar intacta la gran salvaguarda de las libertades
inglesas: el derecho de juicio por jurado[21].
Esta coronación fue
mucho más espléndida que la precedente en la abadía de Westminster, la primera
investidura de Guillermo, donde la ausencia de la reina y sus damas privó a la
ceremonia de gran parte de su brillo, y la conflagración alarmante que la
interrumpió debió abreviar considerablemente la pompa y los festejos que se
habían previsto. Aquí todo se desarrolló auspiciosamente. Fue en la temporada
sonriente del año, cuando los días eran largos y brillantes, sin que hubiera
llegado la opresión del calor estival. La compañía, según el informe de los
historiadores contemporáneos, fue numerosa y noble en exceso; y el
Conquistador, quien parece haber estado de parabienes ese día, se mostró muy
alegre y jocoso en la ocasión, y confirió favores a todos los que los
solicitaron. La persona elegante y majestuosa de la reina Matilde, y el número
y belleza de sus hermosos niños, encantaron al populacho, y todos los presentes
se mostraron complacidos con el orden y la regularidad del atractivo
espectáculo[22].
Los nobles de
Normandía asistieron a su duquesa en la iglesia; pero después que Aldred,
arzobispo de York, colocó la corona en su cabeza, la dama fue servida por sus
nuevos súbditos ingleses.
Se dice que en esta
espléndida coronación en Winchester, donde Guillermo asoció a su consorte en
todos los honores de la realeza, el oficio de campeón fue instituido por
primera vez[23].
La espléndida
ceremonia del banquete de asunción de Matilde proporcionó los precedentes de la
mayor parte de los grandes oficios feudales en las coronaciones posteriores[24].
Entre ellos, el oficio de grand pannetier
se extinguió hace algún tiempo. Su servicio era llevar la sal y los cuchillos
de trinchar de la despensa a la mesa del rey, y sus honorarios eran los
saleros, las cucharas y los cuchillos que se ponían en la mesa real; «los
tenedores no estaban entre los lujos reales de la mesa del poderoso Guillermo y
su hermosa Matilde, que al alimentarse hacían honor al refrán que dice ‘los
dedos se hicieron antes que los tenedores’». «El grand pannetier también servía el pan a los soberanos, y recibía,
además de sus otros honorarios, el cubrepán. Por este servicio la familia
Beauchamp usufructuó el señorío de Kibworth Beauchamp. La mansión de Addington
fue igualmente concedida por el Conquistador a Tezelin, su cocinero, por la
composición de un plato de sopa blanca llamado dillegrout, que sobre todo agradaba el paladar real».
«Cuando la noble
compañía se hubo retirado de la iglesia, y se sentó a la mesa en la sala de
banquetes», dice Henderson en su Life of
the Conqueror, «un audaz caballero llamado Marmion[25],
completamente armado, hizo su entrada a caballo en la sala, y repitió tres
veces este desafío:
»Si cualquier
persona niega que nuestro soberano más amable, el señor Guillermo, y su esposa
Matilde, son el rey y la reina de Inglaterra, es un traidor falso de corazón y
un mentiroso; y aquí, como campeón, lo reto a combate singular».
Nadie aceptó el
desafío, y Matilde fue llamada por siempre la
reine.
El mismo año,
Matilde trajo al mundo a su cuarto hijo varón, Enrique, llamado Beauclerc. Este
evento tuvo lugar en Selby, Yorkshire, y fue causa de un cierto grado de
satisfacción para el pueblo, que consideró al príncipe nacido inglés con mucha
más complacencia que a sus tres hermanos normandos, Roberto, Ricardo y
Guillermo Rufus. Matilde estableció para su hijo recién nacido todas las
tierras que poseía en Inglaterra y Normandía, que después de su muerte debían
revertir en él.
La tranquilidad
ahora parecía estar completamente restaurada; y Matilde, disfrutando de toda la
felicidad como esposa, madre y reina, parecía encontrase en la cumbre de la
prosperidad terrenal.
Ya sea por
accidente o debido a una especial atención a la realidad, lo cierto es que el
antiguo iluminador que pintó el retrato de Matilde la representó con el órgano
de la constructividad[26]
decididamente muy desarrollado. Es singular que su gusto y actividad, plasmados
en los edificios eclesiásticos que fundó, proporcionan ejemplos notables de esa
propensión; y también su ingenioso y curioso ejemplo de industria, el Tapiz de Bayeux, en el que forjó la
épica de su marido, desde el desembarco de Harold en Normandía hasta su caída
en Hastings.
Es, de hecho, el
documento histórico más importante que ha preservado fielmente los
acontecimientos y la vestimenta de esa época trascendental, gracias a los dedos
infatigables de la primera de nuestras reinas normandas, y sin duda merece una
descripción particular.
Este curioso
monumento de la antigüedad se conserva en la catedral de Bayeux, donde se
distingue con el nombre de «el toilette del
duque de Normandía»; que simplemente significa «el gran paño del duque».
Es una pieza de
lienzo de unos cuarenta y ocho centímetros de ancho, pero de más de sesenta
metros de longitud; en ella, como hemos dicho, se ha bordado la historia de
cómo Guillermo de Normandía conquistó Inglaterra, comenzando con la visita de
Harold en la corte normanda, y culminando con su muerte en la batalla de
Hastings, en 1066.
Los principales
sucesos de estos años memorables, la muerte de Eduardo el Confesor y la
coronación de Harold en la cámara del muerto real, están representados en el
orden más claro y regular en esta pieza de costura que contiene muchos cientos
de figuras de hombres, caballos, aves, bestias, árboles, casas, castillos e
iglesias, todos ejecutados en sus colores apropiados, con nombres e
inscripciones que permiten dilucidar la historia[27].
Parece que esta
crónica pictórica de los logros de su poderoso consorte ha sido, al menos en parte,
diseñada para Matilde por Turold, un artista enano que, movido por el deseo
natural de reclamar su parte en la celebridad de la obra, ha introducido
hábilmente sus propias efigies y nombre, autentificando así la tradición
normanda que lo señala como la persona que iluminó el lienzo con los contornos
y colores apropiados[28].
Es probable que la
esposa del Conquistador y sus damas normandas fueran asistidas materialmente en
esta estupenda obra de la habilidad y paciencia femeninas por algunas de las
desgraciadas hijas del país, que, como las cautivas griegas descritas por
Homero, fueron empleadas para registrar la historia de sus propios reveses, y
los triunfos de sus orgullosos enemigos.
Cerca de este
período, Guillermo echó las bases de esa poderosa fortaleza y residencia real,
la Torre de Londres, que construyó Gundulf, obispo de Rochester, un sacerdote, arquitecto
e ingeniero. También construyó el castillo de Herstmonceux —en el lugar que
había ocupado el fuerte de madera que había traído de Normandía—, y, para la mayor
seguridad de su gobierno, construyó y guarneció con fuerza muchas otras
fortalezas, formando una cadena regular de estaciones militares desde un
extremo de Inglaterra hasta el otro[29].
Los nobles anglosajones que hasta entonces habían mantenido una especie de
amistad pasiva hacia su soberano normando, vieron con celoso disgusto estos
procedimientos y poco a poco comenzaron a desertar de la corte. Entre los
primeros en retirarse del círculo real estuvieron los poderosos hermanos
sajones Edwin y Morcar. Eran los preferidos del pueblo, y el clero los
favorecía en secreto. Una tercera parte de Inglaterra estaba bajo su autoridad,
y el príncipe reinante de Gales era su sobrino. Guillermo se esforzó en primera
instancia, mediante la cortesía más insidiosa, por conciliar a Edwin, el más
joven, que se destacaba por la belleza de su persona y sus cualidades nobles y
atractivas. El Conquistador incluso le había prometido una de sus hijas en
matrimonio[30].
Cuando, sin embargo, el joven noble reclamó su novia, se encontró con una
negativa. Esto lo exasperó tanto como para retirarse hacia el norte con su
hermano, donde organizaron un plan con los reyes de Escocia y Dinamarca y los
príncipes de Gales, a fin de realizar un ataque por separado pero en simultáneo
contra Guillermo; en este ataque los sajones desafectos deberían unírseles. Las
medidas prontas y enérgicas del Conquistador desconcertaron tales proyectos
antes de que hubieran madurado; los condes hermanos se vieron obligados a pedir
la gracia, y obtuvieron una amnistía engañosa.
La célebre e incólume Torre Blanca de Londres, construida por Guillermo I de Inglaterra, "El Conquistador", a fines del siglo XI.
Las revueltas
repetidas y formidables de los ingleses en 1069 obligaron a que Guillermo velara
por la seguridad de Matilde y sus hijos enviándolos a Normandía[31].
En realidad, la presencia de la reina-duquesa no era menos necesaria allí que
la de su bélico señor en Inglaterra. Era muy amada en el ducado, donde su
gobierno se consideraba sumamente bueno, y el pueblo empezaba a murmurar por la
ausencia de la corte y la nobleza, que, después de que los Estados de Normandía
hubieran sido tan severamente gravados para sostener el gasto de las guerras
inglesas, se consideraba como una calamidad nacional. Por lo tanto, que
Guillermo nombrara a Matilde —por tercera vez— regente de Normandía fue una
medida de gran conveniencia política. Como antes, su hijo mayor Roberto fue
asociado con Matilde en la regencia; y al despedirse, el Conquistador rogó a su
esposa «orar por la pronta terminación de los problemas ingleses, alentar las
artes de la paz en Normandía y cuidar de los intereses de su juvenil heredero»[32].
Esta última
prevención era algo superflua; porque la afición que tenía Matilde por su
primogénito la traicionó en los actos más imprudentes de parcialidad, y con
toda probabilidad fue la causa principal de las disensiones que surgieron entre
Roberto y sus hermanos, y de la posterior ruptura entre el desatinado príncipe
y su real padre.
La muerte del conde
de Flandes, el padre de Matilde, y el estado de confusión en ese país debido a
la lucha entre los hermanos y sobrinos de la reina —que parecían decididos a
arruinarse los unos a los otros, y a provocar la caída de la antigua casa condal
de Flandes—, la turbaron y se añadieron en no poca medida a los sentimientos de
ansiedad y tristeza que nublaron su regreso a Normandía tras el breve esplendor
de su residencia como reina en Inglaterra[33].
El año 1069 fue una
temporada de peculiar miseria en Inglaterra[34].
La disolución de la corte en Winchester y la partida de la reina Matilde y sus
hijos a Normandía arrojaron una profunda penumbra en el aspecto de los negocios
de Guillermo, mientras que las clases laboriosas lo consideraron como un grave mal.
Su prosperidad dependía del estímulo que podían extender los ricos y poderosos
con su demanda de artículos de adorno y lujo, en cuya fabricación muchas manos
se emplean de manera rentable, siendo el empleo el equivalente a la riqueza
para aquellos cuyo tiempo, ingenio o fuerza pueden ser introducidos en el
mercado en cualquier forma tangible. Pero donde no hay costumbre, es inútil
gravar las energías del artesano para producir artículos que ya no son
requeridos. Este fue el caso de Inglaterra desde el año 1069, cuando tras
abandonar el país la reina y las damas de la corte, el comercio languideció, el
empleo cesó y los horrores de la guerra civil se vieron agravados por la
angustia de una población hambrienta. Incluso el más pacífico, producto de sus
sufrimientos, se veía empujado a la desesperación.
Según la mayoría de
los relatos, este año Guillermo, para evitar que la gente del país se reuniera
en asambleas nocturnas con el fin de discutir sus quejas y estimularse en la
revuelta, los obligó a couvre feu, o
apagar las luces y los fuegos en sus viviendas a las ocho de cada tarde, al
tañido de una campana llamada, de esa circunstancia, el toque de queda o couvre feu[35]. Tal ha sido, en todo caso, la
tradición popular de las edades, y los rastros de la costumbre aún permanecen
en muchos lugares. El toque de queda se identificó tan plenamente con las
instituciones de Guillermo el Conquistador, que tenemos por cierto que se
originó con él, sobre todo porque hay una gran razón para creer que, en su
temprana carrera como duque de Normandía, ya había recurrido al mismo
expediente, a fin de asegurar el mejor cumplimiento de su famoso edicto para la
supresión de las peleas y los asesinatos en sus dominios, llamado enfáticamente
la «paz de Dios»[36].
Guillermo salió a
la lid después de la partida de Matilde: inició una de sus rápidas marchas
hacia York —donde por incitación de Waltheof el ejército danés había tomado
cuarteles de invierno—, y juró «por el esplendor de Dios» —su juramento
habitual— que no dejaría un alma viviente en Northumberland. Tan pronto como
entró en Yorkshire empezó a ejecutar sus terribles amenazas de venganza,
dejando todo el país devastado a sangre y fuego. Después de sobornar al jefe
danés para que se retirara, y de que Waltheof rindiera a discreción la largo
tiempo defendida ciudad de York, Guillermo
ganó a este poderoso líder sajón para su causa, concediéndole en
matrimonio a su bella sobrina Judit.
Estas nupcias
fatales se celebraron entre las ruinas de la ciudad vencida de York, donde el
Conquistador festejó la Navidad en medio de la desolación que había sembrado[37].
Sin entrar en los
detalles melancólicos de la obra de devastación de Guillermo en el norte de
Inglaterra, registrados tan patéticamente en la Crónica anglosajona, cerraremos los breves anales de los años
horrendos de 1070 y 1071 con la muerte del conde Edwin, el marido prometido a
una de las hijas del Conquistador y Matilde. Éste se dirigía desde Ely a
Escocia, con el encargo, según se creía, de una comisión secreta de sus
compatriotas desheredados para el rey de Escocia. Su ruta fue revelada por tres
hermanos en que había confiado imprudentemente, y, después de una valiente
defensa contra una banda de normandos, fue asesinado con veinte de sus
seguidores. Los ingleses lloraron su muerte con pasión, e incluso la naturaleza
severa del Conquistador se disolvió en compasión, y se dice que derramó
lágrimas cuando los traidores que habían atraído a Edwin en la emboscada
normanda le presentaron la cabeza sangrante del joven sajón, con su larga
cabellera; y que, en lugar de conferir la recompensa esperada por los asesinos,
los condenó al exilio perpetuo[38].
En 1694, el arado
desenterró una curiosidad en un campo cerca de Sutton, en la Isla de Ely, donde
se dice que Edwin y Morcar se encontraron. Se trata de un pequeño escudo de
plata, de unos quince centímetros de largo. En él había una inscripción sajona,
hecha para expresar que tenía la doble propiedad de proteger a la persona que
lo llevaba y al amante por cuya causa se usaba. Si perteneció al joven conde
Edwin, fue tal vez una prenda de amor que devolvió la princesa prometida[39].
Los obispos sajones
habían dado un paso al frente como campeones de los antiguos derechos y leyes
del pueblo; y Guillermo, como no pudo amedrentar o silenciar a estos verdaderos
patriotas, procedió a privarlos de sus beneficios y a entrar a saco en las iglesias
y monasterios, sin escrúpulos; y, según el informe de Roger de Wendover y otros
cronistas antiguos, se apropió de todos los cálices y ricos relicarios en los
que pudo poner las manos[40].
Fue en vano que el
clero inglés apelara al pontífice romano: Guillermo se apoyaba en la autoridad
del nuevo sistema de gobierno eclesiástico que habían adoptado los obispos
normandos, que no era otra cosa que privar al pueblo del uso de las Escrituras
en lengua sajona; así, la traducción de la Palabra de Dios que inició el rey
Alfredo —una de las mejores y más nobles herencias de ese rey reformista—, se
convirtió en letra muerta. También se sobreentendió que ningún erudito de
nacimiento inglés sería admitido en ningún grado de la jerarquía eclesiástica[41].
Entonces, la autoridad
real introdujo el idioma normando en todas las escuelas, colegios y fundaciones
públicas de instrucción. Las leyes y los estatutos del país se escribieron en
ese idioma, y no se permitió usar otro en los tribunales de justicia, para gran
perplejidad y aflicción del pueblo del país, que necesitó emplear a los abogados
normandos para obtener reparaciones frente a las injusticias de los normandos[42].
Por supuesto, los
infortunados sajones podían estar seguros de que conseguirían más ley que
justicia en estos casos, ya que la mayoría ignoraba totalmente el significado
de los procedimientos; de modo que, a menos que tuvieran la suerte de caer en
manos de litigantes normandos muy
concienzudos, se los sacrificaba al interés superior de sus oponentes, y,
aunque se pueda decir lo contrario, los abogados podrían emplear su elocuencia
a favor de la parte contraria, o al menos revelar todos los puntos débiles de
las causas de sus clientes.
Fue el deseo
sincero de nuestros soberanos normandos silenciar la lengua sajona para
siempre, sustituyéndola con el dialecto normando que era una mezcla de francés
y danés[43].
Sin embargo, resultó cosa más fácil subyugar la tierra que suprimir la lengua
natural del pueblo. Un cambio fue todo lo que se pudo efectuar, y ese cambio fue
una fusión entre las dos lenguas: los normandos adquirieron gradualmente tantas
palabras y modismos sajones, como palabras y modismos normandos fueron
obligados a usar los anglosajones. El latín era utilizado por los eruditos como
medio general de comunicación, y se mezcló así en un grado leve con la jerga de
la parte más refinada de la sociedad. A partir de esta mezcla de elementos,
nuestro propio lenguaje, abundante y expresivo, estaba en proceso de formación.
Una de las empresas
más difíciles del Conquistador fue reducir la Isla de Ely, que el patriota
sajón Hereward —uno de los campeones más valientes y líderes más destacados—
había fortificado con la destreza militar más consumada.
El estado inestable
de Inglaterra tuvo el efecto de separar a Guillermo de su amada reina, y los
obligó durante un tiempo considerable a reinar por separado —él en Inglaterra y
ella en Normandía.
Mientras tanto,
Matilde —cuyo talento en el arte de gobernar no parece haber sido despreciable—
había llevado la regencia de Normandía, durante todos los problemas que
acosaron a su señor, con gran prudencia y habilidad. Se había encontrado en una
posición de especial dificultad, como consecuencia de la rebelión de la
provincia de Maine y las hostilidades combinadas del rey de Francia y el duque
de Bretaña. Éstos entendieron que Guillermo estaba muy ocupado con la invasión
escocesa y la rebelión sajona, y aprovecharon para atacar sus dominios
continentales; Matilde se vio obligada a apelar el socorro de su ausente señor.
Guillermo envió de inmediato al hijo de Fitz-Osbern para que ayudara a su
hermosa regente en la defensa militar de Normandía; y aceleró la paz con el rey
de Escocia para acudir cuanto antes a asistirla en persona, con sus tropas
veteranas.
Las damas normandas
estaban en aquella época muy descontentas por la ausencia prolongada de sus
señores[44].
La esposa de Hugo de Grandmesnil, el gobernador de Winchester, les había
causado gran inquietud por los informes que había hecho circular de las
infidelidades de sus maridos. Estas noticias habían inducido que las indignadas
damas enviaran mensajes perentorios por el retorno inmediato de sus señores. En
algunos casos, los bélicos normandos habían obedecido estos mandatos
conyugales, y regresaron al hogar para gran perjuicio de los negocios ingleses
de Guillermo. No era otro el objetivo de la dama de Grandmesnil, que por alguna
razón había concebido una particular mala voluntad contra su soberano; y, no
contenta con hacer todo lo posible para incitar la rebelión de los súbditos normandos,
había considerado conveniente echar las calumnias más perjudiciales sobre el
carácter de Guillermo como esposo, llegando a insinuar que éste había hecho un
intento contra su virtud[45].
Gytha, la madre de
Harold, se adueñó ansiosamente de estos informes, y se dice que sintió un gran
placer al hacerlos circular. Los comunicó a Sven, rey de Dinamarca, y añadió
que Merleswen —un noble de Kent de cierta importancia— se había unido a la
última rebelión en Inglaterra porque el tirano normando había deshonrado a su
bella sobrina, la hija de uno de los canónigos de Canterbury[46].
Este cuento, ya sea falso o verdadero, llegó a su debido tiempo a los oídos de
Matilde, y causó la primera diferencia conyugal que nunca había surgido entre
ella y su señor. De ninguna manera tenía ella el temperamento como para tomar
con paciencia una afrenta de esta clase, y se dice que hizo asesinar a la
desafortunada joven en circunstancias de gran crueldad[47].
Hearne, en sus notas a Roberto de Gloucester, nos ofrece una curiosa secuela de
este relato, extraída de una muy antigua crónica de la Biblioteca Cottoniana.
Allí se relata «que la hija del sacerdote fue asesinada en secreto por un
criado de confianza de Matilde, la reina», y se añade «que el Conquistador enfureció
tanto por la venganza bárbara que había tomado su reina, que a su regreso a
Normandía la golpeó con la brida, tan severamente que poco después ella murió».
Ahora bien, lo cierto es que, después de la época en que supuestamente el
fuerte brazo del Conquistador infligió esta disciplina matrimonial, Matilde
vivió otros diez años; y el mismo digno cronista parece considerar esa parte de
la historia como apócrifa, y se limita a narrarla como uno de los comentarios que
circulaban en aquellos días. Nos inclinamos a creer que la historia en conjunto
tiene su origen en los informes escandalosos de esa chismosa maligna del siglo
XI, la señora de Grandmesnil; aunque al mismo tiempo, es de temer que la mujer
que fue capaz de infligir una venganza tan mortal contra el infortunado noble
sajón que había sido el objeto de sus primeros afectos, no habría tenido muchos
escrúpulos en su trato con una mujer a la que sospechaba su rival en la
consideración de su marido. A esta distancia de tiempo es imposible, después de
la investigación más cuidadosa, hablar con certeza sobre el grado de crédito
que puede tener esta oscura historia; pero como varios de los cronistas más
antiguos la registran, relatarla es un deber para los biógrafos de Matilde de
Flandes, y que los lectores saquen sus propias conclusiones.
En su viaje a
Normandía, Guillermo contó con el concurso de un gran séquito militar; muchas
tropas inglesas así como normandas lo acompañaron[48],
y le brindaron un buen servicio para someter la provincia rebelde de Maine. El
rey de Francia se retiró rápidamente ante el terror de las armas de su vecino
belicoso, y la paz se restableció rápidamente dentro del círculo de los
dominios continentales de Guillermo.
Si durante su
larga separación hubo alguna causa de ira o desconfianza que interrumpiera la
felicidad conyugal de Matilde y su marido, no fue más que una nube pasajera,
porque los historiadores coinciden en que vivieron en el estado de unión más
cariñoso durante el año 1074, gran parte del cual el Conquistador lo pasó con
su familia en Normandía[49].
Fue en este período que Edgar Atheling llegó a la corte de Caen para agachar la
cabeza voluntariamente ante el soberano normando, y para implorar perdón por
las varias insurrecciones en que había participado. El Conquistador concedió
generosamente una amnistía, lo trató con gran amabilidad y le otorgó una
pensión diaria de una libra de plata[50].
Esperaba que este arreglo amistoso protegiera su gobierno en Inglaterra de
cualquier perturbación futura. Se equivocaba: nuevos problemas ya habían
estallado en esa región, sólo que esta vez procedían de sus turbulentos jefes
normandos; con todo, uno de ellos, el hijo de su gran favorito y pariente de
confianza Fitz-Osbern, fue derrotado y hecho prisionero[51]
por los nobles y prelados de Worcester. La flota danesa, que en vano se había
agazapado en la costa a la espera de una señal para desembarcar las tropas en
auxilio de los conspiradores, de buena gana se retiró sin cumplir su objetivo.
En cuanto al gran conde sajón Waltheof —que había sido arrastrado al complot, y
que su esposa normanda Judit había denunciado a su tío el Conquistador— fue,
luego de un largo suspenso, decapitado en un altozano justo en las afueras de
Winchester; siendo así el primer noble inglés que murió a manos de un verdugo[52].
Luego, Guillermo
persiguió al traidor normando Raúl de Gaël hasta el continente, y lo sitió en
la ciudad de Dol, donde éste se había refugiado. El joven duque de Bretaña,
Alan Fergant, ayudado por el rey de Francia, llegó con un ejército poderoso en
socorro del conde sitiado; y Guillermo no sólo se vio obligado a levantar el
sitio, sino que hubo de abandonar sus tiendas de campaña y equipaje por valor
de quince mil libras. Sin embargo, sus talentos diplomáticos le permitieron
salir airoso del aprieto en que se había metido: firmó un tratado de paz con el
valiente duque de Bretaña, concluido con un matrimonio entre su hija Constanza
y Alan. Esta alianza no era menos ventajosa para el novio principesco que
agradable para Guillermo y Matilde. Las nupcias se celebraron con gran pompa, y
la novia recibió como dote todas las tierras de Chester, posesiones que
pertenecieran una vez al desafortunado conde Edwin, anterior prometido de una
de sus hermanas[53].
Al cierre de este
año murió Edith, la viuda de Eduardo el Confesor. Se había retirado a un
convento, pero fue tratada con el respeto y honor de una reina viuda, y enterrada
al lado de su marido real en la abadía de Westminster. Su desafortunada cuñada
Edith, la viuda de Harold —y por tanto, la otra reina viuda sajona—, la
sobrevivió mucho tiempo; esta dama, después de experimentar las calamidades de
la grandeza y la vanidad de las distinciones terrenales, renunció
voluntariamente a su título real y pasó el resto de sus días en el anonimato.
En el año 1075,
Guillermo, Matilde y familia celebraron la fiesta de la Pascua con gran pompa
en Fécamp, y asistieron en persona a la profesión de su hija mayor, Cecilia,
que recibió allí el velo de monja de manos del arzobispo Juan[54].
«Esta dama real», dice Orderico Vital, «había sido educada con gran cuidado en
el convento de Caen, donde fue instruida en toda la sabiduría de la edad y
varias ciencias. Fue consagrada a la santísima e indivisible Trinidad, y tomó el
velo bajo el gobierno de la venerable abadesa Matilde, y fielmente se ajustó a
todas las reglas de la disciplina conventual. Cecilia sucedió a esta abadesa en
ese oficio, habiendo mantenido por catorce años la más alta reputación de
santidad y sabiduría. Desde el momento en que su padre la dedicó a Dios, se
convirtió en una verdadera sierva del Altísimo, y continuó una virgen pura y
santa, ateniéndose a las normas de piedad de su orden, por un período de
cincuenta y dos años».
Poco después de la
profesión de la señora Cecilia, comenzaron a aparecer en la familia real esas
divisiones fatales de las que Matilde es acusada de haber sembrado las
semillas, debido a la parcialidad perjudicial que había mostrado por su
primogénito Roberto.
Este príncipe,
después de estar asociado con su real madre en la regencia de Normandía desde
la edad de catorce años, había sido mostrado en público más de lo que era tal
vez deseable en un período de la vida cuando las ideas presuntuosas de
autosuficiencia no hacen otra cosa que inflar la mente. Roberto, durante la
larga ausencia de su padre, no sólo se emancipó de todo control, sino que se
acostumbró a ejercer por anticipado las funciones de un soberano, y a recibir
el homenaje y la adulación de todas las clases de gente en los dominios de su
heredad. El Conquistador, al parecer, había prometido que un día le otorgaría
el ducado de Normandía; y Roberto, después de haber representado la majestad
ducal durante casi ocho años, se consideró ofendido cuando su real padre tomó
una vez más el poder en sus manos y le exigió la obediencia de un súbdito y el
deber de un hijo[55].
También había una rivalidad celosa entre Roberto y sus dos hermanos menores,
Guillermo Rufus y Enrique. Guillermo Rufus, a pesar de sus modales groseros,
bulliciosos, y la imprudencia aparente de su disposición, tenía una cuota
abundante de mundanidad, y supo adaptarse al humor de su padre, para el que no
fue menos favorito de lo que Roberto lo fue para Matilde. Roberto era un
príncipe de una disposición generosa, pero de un temperamento irritable,
orgulloso y rápido para ofenderse. Debido a su baja estatura, su padre le había
otorgado el apodo de Courtheuese[56] («Piernas Cortas»), y esta
denominación, como todos los nombres que derivan de algún defecto personal, era
sin duda muy desagradable para un joven arrogante, y tendió en no poco grado a
aumentar la mortificación que acompañó la pérdida del poder, y a crear
sentimientos de mala voluntad contra su real padre. Había, con todo, muchos
aduladores perjudiciales y amigos fingidos entre los disipados jóvenes de la
nobleza normanda, que aprovecharon todas las ocasiones para convencerlo de que
era una persona ofendida, sobre todo en lo referido a la provincia de Maine. En
su infancia, Roberto había sido desposado con Margarita, la heredera de Heberto,
el último conde de esa provincia. La pequeña condesa murió mientras aún eran
niños y Guillermo de Normandía, que durante la minoría de edad de aquélla había
tomado sus tierras en tutela, las anexó a sus dominios. Cuando el joven viudo
llegó a la mayoría de edad, se consideró con título al condado y las tierras de
Maine por el derecho de su esposa fallecida, y los reclamó a su padre. Éste lo
serenó con bellas palabras, pero retuvo el territorio, a pesar de que el pueblo
de Maine exigía a Roberto como su señor; de hecho, cuando la ciudad rebelde de Le
Mans se rindió, uno de los artículos de la capitulación exigía que el príncipe
debía recibir la investidura del condado. El Conquistador violó esta condición,
pues no tenía en mente desprenderse de ninguna parte de sus adquisiciones en
vida; haciendo honor en esta ocasión —como en cualquier otra— a las
predicciones hechas por los chismosos en su nacimiento: «que iba a agarrar todo
lo que tuviera a mano, y lo que habría de agarrar lo conservaría»[57].
En el año 1076,
mientras Matilde y Guillermo estaban con su familia en el castillo de L’Aigle,
sus dos hijos más jóvenes, Guillermo y Enrique, para hacer una travesura,
echaron un poco de agua sucia desde el balcón de un apartamento sobre Roberto y
algunos de sus partidarios, que estaban caminando en el patio de abajo. El
heredero fogoso de Normandía interpretó este acto de inmadurez como un acto de
estudiado desprecio; y como estaba en ese momento irritable y emocionado, sacó
su espada y se precipitó por las escaleras con la amenaza de vengarse
mortalmente de los jóvenes transgresores que le habían insultado delante de
toda la corte. Esto ocasionó un tumulto y alboroto prodigioso en el castillo, y
nada más que la presencia y autoridad severa del rey, que al oír la alarma
irrumpió en la sala con su espada en mano, pudo evitar las consecuencias
fatales[58].
Roberto, sin
obtener la satisfacción que esperaba por la afrenta que había recibido, esa
misma tarde se retiró en secreto de la corte, seguido de un partido de jóvenes
nobles que se habían unido a su causa[59].
Ricardo, el segundo
hijo de Guillermo y Matilde, no parece que tuviera parte en estas disputas. Era
el discípulo del educado Lanfranco, y probablemente estaba ocupado en sus
estudios, pues se dice que fue un príncipe de gran promesa y disposición amable[60].
Murió en Inglaterra en la flor de la juventud. Según la tradición popular, un
ciervo lo embistió mientras cazaba en el Bosque Nuevo y le causó la muerte;
pero algunos historiadores registran que murió de una fiebre ocasionada por la
malaria en el distrito despoblado de Hampshire, cuando tantos miles de
desafortunados sajones perecieron de hambre como consecuencia de habérseles
expulsado de sus hogares cuando el Conquistador
convirtió esa parte antes fértil de Inglaterra en un coto de caza, para el
disfrute de su diversión favorita.
El príncipe Ricardo
fue enterrado en la catedral de Winchester: todavía se ve allí una losa de
piedra marcada con su nombre.
El "Bosque Nuevo". Maldito según la tradición, ya que allí, en circunstancias poco claras, hallaron la muerte dos hijos de Guillermo y Matilde.
Drayton
ofrece una razón política de la despoblación de la costa de Hampshire,
ocasionada por el cercamiento del Bosque Nuevo, que bien merece la
consideración del lector de historia:
Ven, claro Avon, tu hermano Stour te llama,
Y al pie del Bosque Nuevo te hace caer en el mar;
Ese bosque, cuyo paisaje no parece tener límites,
Ante todo nació de la tiranía de Guillermo,
Que hizo leyes para guardar esas bestias que puso entonces,
Su voluntad ilegal sacó los hombres que antes estaban aquí:
Donde la tierra se calentaba con los fuegos festivos del invierno,
Ahora se cría la liebre melancólica entre los matorrales y las zarzas
enmarañadas;
enmarañadas;
Y en los sitios donde se levantaban las iglesias, cultivados de ortigas,
helechos y malas hierbas,
helechos y malas hierbas,
Permanece ahora el viejo tronco astillado, donde el labrador echaba
sus semillas.
sus semillas.
Aquí el pueblo fue separado de todos los oficios por Guillermo:
Este lugar el normando todavía puede invadir,
Y, en esta tierra desolada y esta orilla poco frecuentada,
Nuevas fuerzas siempre pueden desembarcar para ayudar a los que
llegaron antes.
llegaron antes.
La Crónica anglosajona comenta los
estatutos opresivos que promulgó el Conquistador normando para preservar la
caza, con un dejo elocuente de indignada ironía, y dice: «Amaba al gran ciervo
como si hubiera sido su padre».
Es más que cierto que
las leyes de caza existían desde un período muy anterior: pero fue durante este
reinado que se convirtieron en un agravio para el pueblo, y asumieron el
carácter de una injusticia en la legislatura del país. La política más
ilustrada de la jurisprudencia moderna ha mejorado, en cierto grado, las penas
rigurosas que promulgó nuestra dinastía real normanda contra la caza furtiva;
pero la amargura que generó el espíritu de esas leyes sigue vigente en los
corazones de las clases contra las que fueron dirigidas, y las personas que
asumen el oficio de agitadores políticos las utilizan constantemente, con el
propósito de crear divisiones entre el pueblo y sus gobernantes.
[1] Este autor
elegante, que también se llama Pictaviensis, fue arcediano de Lisieux. Su Crónica de la conquista de Inglaterra
está escrita en un lenguaje muy fluido, que en el estilo se asemeja en gran
medida a un poema heroico. Abunda en elogios sobre su real patrón, pero es en
extremo valioso en cuanto a la historia personal que contiene. A veces se le
llama la «crónica doméstica de Guillermo de Normandía».
[2] Orderico Vital. Guillermo de Poitiers.
[3] Chron.
Tewkesbury, Bib. Cottoniana MSS Cleopatra, c. 111. Monasticon, vol. III, p. 59. Leland, Coll., vol. I, p. 78.
[4] El autor de la
continuación de Brut, nacido en la
misma edad, y que escribió en el reinado de Enrique I, hijo de esta reina, así
alude a esta circunstancia:
La quele jadis quant fu pucelle,
Ama un conte d’Angleterre,
Brihtric Mau, le oi nomer,
Apres le roi ki fu riche ber.
A lui la pucell envoeia messager,
Pur sa amour a lui procurer:
Mais Brihtric Maude refusa.
La que cuando fue doncella
Amó a un conde de Inglaterra,
Llamado Brihtric Mau,
El hombre más rico después del rey.
A él la virgen envió un mensajero
Para ella obtener su amor:
Pero Brihtric rechazó a Maud.
[5] Chronicle of Tewkesbury. Thierry, Anglo-Normans.
[6] «Infra scriptas
terras tenuit Brihtric et post Regina Matilda».—Domesday Book, tom. II, p. 100. History of Gloucester.
[7] Malmesbury. Guillermo de Poitiers.
[8] El hijo de su
madre Arlette y de Herluin de Conteville.
[9] Guillermo de Poitiers. Malmesbury. S. Dunelmensis. Walsingham, Ypodigma Neustriæ.
[10] Guillermo de Poitiers. Henderson.
[11] Guillermo de Poitiers.
[12] Ibídem.
[13] «Trabajo inglés».
[14] Orderico Vital. Saxon Chronicle.
[15] Guillermo de Poitiers.
[16] Orderico Vital.
[17] Impuesto que habían establecido los reyes anglosajones, con el fin de
suministrar los fondos necesarios para pagar el tributo con el que se defendían
de las incursiones de los piratas daneses. (N. del T.)
[18] Orderico Vital.
[19] Ibídem.
[20] Florencio de
Worcester. S. Dunelmensis. M. Westminster.
[21] S. Dunelmensis. Saxon
Chronicle.
[22] Henderson.
[23] Henderson.
[24] Glories of
Regality.
[25] Henderson dice
erróneamente «Dymock»; era Marmion. Esta ceremonia, desconocida entre los
monarcas sajones, era de origen normando. Las tierras de Fontenaye, en
Normandía, Guillermo el Conquistador las concedió a Marmion, uno de sus
seguidores, en usufructo de su oficio. Éste se hizo hereditario en la familia
Marmion, y de ella, por ser coherederos, pasó a los Dymoke de
Scrivelsbye.—Véase Dugdale. Las armas de los Marmion, debido al cumplimiento de
este gran servicio feudal, eran de sable, una espada de una mano, el jefe de
plata.—Glories of Regality.
[26] La constructividad
es, según la cuestionada frenología, la sede de la iniciativa, la creatividad y
la originalidad. Confiere la capacidad de inventar, diseñar y construir. Se
localiza en las sienes, debajo de la idealidad. (N. del T.)
[27] Últimamente el Tapiz de Bayeux ha sido tema de mucha
controversia entre algunas personas educadas, que están decididas a privar a
Matilde de su fama tradicional como la hacedora de este espécimen de la
habilidad e industria femeninas. Montfaucon, Thierry, Planché, Ducarel, Taylor
y muchas otras autoridades de igual importancia se podrán citar en apoyo de la
tradición histórica que dice que el tapiz fue obra de Matilde y sus damas. Los
breves límites a los que estamos confinadas en estas biografías no admitirán
que nos detengamos en los argumentos de aquéllos que cuestionan el hecho,
aunque los hemos examinado cuidadosamente; y, con el debido respeto a la
opinión de los señores de la creación en todos los temas relacionados con la
política y la ciencia, nos atrevemos a pensar que nuestros amigos eruditos, los
arqueólogos y anticuarios, harían bien en dirigir sus energías intelectuales a
objetos más masculinos de investigación, y dejar la cuestión del Tapiz de Bayeux (con todas las demás
cuestiones afines al bordado) a la decisión de las damas, a cuya provincia
pertenece peculiarmente. Es cuestión de duda para nosotras si uno de los muchos
caballeros que han cuestionado los derechos de Matilde sobre esta obra, si se
le pidiera que ejecutara una copia de cualquiera de las figuras en el lienzo,
sabría cómo poner el primer punto. Todo el Tapiz
de Bayeux ha sido copiado, y de color como el original, por la Sociedad de
Anticuarios, quienes si no hubieran hecho otra cosa para merecer la aprobación
del mundo histórico, la habrían merecido sólo por esto.
[28] Thierry, History
of the Anglo-Normans. Las figuras de los tapices, de hecho, las preparaba
siempre algún artista experto, quien las diseñaba y trazaba en los mismos
colores que la bordadora utilizaría en seda o lana; y se nos dice en la Vida de san Dunstán «que cierta dama
religiosa, transportada por el deseo de bordar una vestidura sacerdotal,
imploró ardientemente al futuro canciller de Inglaterra —entonces un joven de
poca nota que empezaba a dar de hablar por su gusto excelente en tales diseños—
que dibujara las flores y figuras que ella posteriormente bordaría con hilos de
oro».
[29] En Norwich, Warwick, Lincoln, York, Nottingham,
etcétera.
[30] Orderico Vital.
[31] Orderico Vital. Enrique de Huntingdon.
[32] Orderico Vital. Malmesbury.
[33] Orderico Vital.
[34] Guillermo de Poitiers. Orderico Vital. Saxon Chronicle.
[35] Speed. Se estableció por primera vez en
Winchester. Cassan, Lives of
the Bishops of Winchester. Polidoro Virgilio es el primer cronista que menciona el
toque de queda.
[36] Orderico Vital. El toque de queda todavía se tañe en algunos distritos de
Normandía, donde se le llama «La Retraite».—Ducarel.
[37] Mateo de París.
[38] Orderico Vital, p.
521. J. Brompton.
[39] Ingram, el
entendido traductor de la Crónica
anglosajona, ha dado esta elegante traducción de la inscripción:
Edwinus me pignori dat;
Illa, O Domine, Domine,
Cum Semper defendant,
Quæ me ad pectus suum gestet,
Nisi illa me alienaverit
Sua sponte.
Edwinus me pignori dat;
Illa, O Domine, Domine,
Cum Semper defendant,
Quæ me ad pectus suum gestet,
Nisi illa me alienaverit
Sua sponte.
Edwin ha dejado su promesa en mí,
Ahora a la batalla fue;
Puede ser su ángel guardián
La que me usa en su pecho.
Ella puede mostrarle su fiel corazón,
Oh, Dios, te ruego:
Edwin recompensará su amor
Cuando vuelva del combate.
Pero si olvidando ella sus votos,
(¡Qué el Cielo evite este pensamiento!)
Vende esta prenda de amor de su esposo
Que nunca puede ser comprada;
Si por propia voluntad arroja
Lejos este talismán;
La vida de Edwin no durará más
Para arrepentirse de ese día fatal.
Puede ser su ángel guardián
La que me usa en su pecho.
Ella puede mostrarle su fiel corazón,
Oh, Dios, te ruego:
Edwin recompensará su amor
Cuando vuelva del combate.
Pero si olvidando ella sus votos,
(¡Qué el Cielo evite este pensamiento!)
Vende esta prenda de amor de su esposo
Que nunca puede ser comprada;
Si por propia voluntad arroja
Lejos este talismán;
La vida de Edwin no durará más
Para arrepentirse de ese día fatal.
Como este talismán se encontró donde
el conde Edwin cayó, o al menos donde se tuvo última noticia de él, las
circunstancias parecen decir que él
se encontraba en posesión del escudo, y no la dama amada, que con toda
probabilidad había sido obligada a devolvérselo.
[40] Ingulf. Malmesbury. Brompton.
[41] Ingulf. Halket. Eadmer. Saxon Annals.
[42] Ingulf. Halket. Polidoro Virgilio. Mills. Brady.
[43] Mientras que la
lengua provenzal estaba todavía en su infancia en el sur de Francia, el romance
valón, o latín, corrompido por el alemán, era el dialecto que se hablaba en el
norte de Francia, y con una mezcla adicional de nórdico se convirtió en el
idioma educado y poético de la corte ducal de Normandía. Se le llamó la langue d’oil, o «la lengua del oui», por su forma afirmativa. La
denominación de valón deriva de la palabra Waalchland, el nombre con el que los
alemanes hasta el día de hoy designan a Italia. Guillermo el Conquistador
estaba tan apegado al romance valón, que animó su lectura entre sus súbditos y
lo impuso a los ingleses por medio de decretos rigurosos, en lugar del antiguo
sajón que se parecía mucho al nórdico de los propios antepasados del rey. Fue
de Normandía que se originaron los primeros poetas de lengua francesa. Un
digesto de las leyes que Guillermo impuso a sus súbditos ingleses es el trabajo
más antiguo que existe en romance valón. Luego el Libro de Brut, una historia fabulosa de los britanos; el Romance de Rou —o «Historia de Rollón»—
de Wace; la palabra romance no
significa «ficción», sino «narrativa».
[44] Orderico Vital. Malmesbury.
[45] Henderson. Orderico Vital.
[46] Henderson, Life
of the Conqueror. Hay
que recordar que la Iglesia católica anglosajona permitió los matrimonios de
los clérigos ingleses hasta cerca de un cuarto de siglo después.
[47] La hizo
desjarretar.—Rapin. Henderson dice que Matilde ordenó que le cortaran las
mandíbulas.
[48] Orderico Vital.
[49] Ibídem. Malmesbury. Saxon Annals.
[50] Saxon Annals. Malmesbury. Brompton.
[51] Fitz-Osbern era
pariente del soberano, y antes de este acto de rebeldía estaba muy alto en el
favor del rey. Sólo fue castigado con la pena de prisión por participar en la
conspiración. Después de un tiempo, su soberano, para mostrarle que estaba
dispuesto a perdonarlo, le envió un conjunto de prendas costosas; pero Fitz-Osbern
—en lugar de ofrecer sus agradecimientos por este regalo— ordenó hacer un gran
fuego, y en presencia del mensajero quemó las ricas prendas una por una, con
las expresiones más insolentes de desprecio. Guillermo se enojó mucho por la
forma en que su pariente-vasallo había recibido esta gracia inusitada, pero no
le infligió castigo más severo que una prisión prolongada.—Henderson.
[52] Orderico Vital.
[53] Saxon Annals. S. Dunelmensis. Malmesbury.
[54] Orderico Vital. Malmesbury.
[55] Orderico Vital.
[56] Roberto de Gloucester.
[57] Orderico Vital.
[58] Ibídem.
[59] Malmesbury.
[60] Camden. Saxon Chronicle.
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