sábado, 28 de noviembre de 2015

MATILDE DE FLANDES, la reina de Guillermo el Conquistador - Capítulo I


El título de reina.—Regina.—Matilde, la primera que se llamó así.—Su descendencia de Alfredo.—Sus padres.—Educación.—Inteligencia.—Belleza.—Carácter.—Habilidad en el bordado.—Guillermo de Normandía la pide en matrimonio.—Su amor apasionado.—Cortejo infructuoso.—Brihtric Meaw, el enviado inglés.—El amor de Matilde por éste.—La perseverancia de Guillermo.—Su furiosa conducta hacia Matilde.—Su matrimonio.—Los ricos vestidos.—Los primeros años de Guillermo.—Guillermo y Matilde son excomulgados.—La dispensa.—El gusto de Matilde por la arquitectura.—La hermana de Matilde se casa con Tostig.—El nacimiento del primer hijo de Matilde.—La visita de Harold.—Su compromiso con la hija de Matilde.—La invasión de Guillermo a Inglaterra.—Su carta al hermano de Matilde.—Matilde, regente de Normandía.—Su hijo Roberto.—La llegada feliz de Matilde en el Mora.—La nave que obsequia.—Guillermo navega en ella a Inglaterra.—Los diseños de Matilde.—La batalla de Hastings.—La noticia de la victoria llega a Matilde.—Nuestra Señora de la Buena Nueva.

MATILDE, la esposa de Guillermo el Conquistador, fue la primera consorte de un rey de Inglaterra que se llamó regina[1]. Esto significó una innovación en las antiguas costumbres del país, porque los sajones trataban a la esposa del rey simplemente como «la dama su compañera»[2], y les disgustó que los normandos hablaran de Matilde como la reine, como si fuera una soberana por derecho propio. Tan distinto era en aquellos días el significado que se atribuía en este país al noble título de reine o regina del de queen: no importa que éste sea en la actualidad el título femenino de más alto honor que se lleva en Inglaterra, entonces sólo significaba «compañera».
Los habitantes del país murmuraban ante esta asunción sin precedentes de la dignidad real en la esposa de su soberano normando; sin embargo, «la extraña» como llamaban a Matilde podía jactarse de poseer la sangre de los reyes sajones[3]. De hecho descendía directamente de Alfredo el Grande, el mejor y más noble de sus monarcas, cuya hija Elfrida casó con Balduino II de Flandes, cuyo hijo Arnulfo el Grande fue el antepasado inmediato de Matilde —una circunstancia interesante que la historia pasa por alto—. De hecho pocas reinas de Inglaterra pueden reclamar una descendencia más ilustre que esta princesa. Su padre Balduino V el Piadoso, conde de Flandes, fue hijo de Balduino IV y de Leonor[4], hija del duque Ricardo II de Normandía; y su madre fue Adela, hija del rey Roberto de Francia y hermana de Enrique, el soberano que reinaba entonces en ese país. También era parienta cercana del emperador de Alemania y de la mayoría de las casas reales europeas.
Matilde nació hacia el año 1031 y fue educada con mucho cuidado. Poseyó buenos talentos naturales y no fue menos célebre por su inteligencia que por su gran belleza. Guillermo de Malmesbury, cuando habla de esta princesa, dice: «Era un espejo singular de la prudencia en nuestros días, y la perfección de la virtud».
Entre los talentos que adquirió, Matilde fue especialmente famosa por su habilidad en la costura ornamental, considerada en esa edad uno de los logros más importantes y deseables que las princesas y damas de alto rango podían poseer. Nos dice un digno cronista[5] «Que el dominio de las cuatro hermanas del rey Athelstan en el hilado, tejido y bordado consiguieron a estas solteronas reales las propuestas matrimoniales de los grandes príncipes de Europa».
Sin embargo, la fama de esta costura excelente es todo el monumento que queda de la industria de las primas sajonas de Matilde; pero la gran obra de ésta, el Tapiz de Bayeux, todavía existe y es, más allá de toda competencia, el logro más maravilloso en el arte gentil de la costura ejecutado alguna vez por manos hermosas y reales. Pero de esto hablaremos con más detalle en su lugar apropiado, en tanto es la crónica ilustrada de la conquista de Inglaterra.
El conde de Flandes, el padre de Matilde, fue un príncipe rico, poderoso y político, tan experto en las artes de la guerra como de la paz. La ciudad de Lille, que reconstruyó y embelleció en gran medida, le debió su grandeza posterior; y a través de su aliento juicioso, las manufacturas de su país de origen se convirtieron en una fuente de riqueza y prosperidad para Flandes. Su relación familiar con el rey de Francia, su soberano y aliado, y su íntima relación con la mayoría de las casas reales de Europa, hicieron su alianza muy conveniente para varios de los príncipes reinantes, sus vecinos, quienes se convirtieron en pretendientes de su hermosa hija.
El más consumado de ellos era el joven duque Guillermo de Normandía, que no sólo deseaba esta unión por interés político, sino que amaba con pasión a su bella prima. Sin embargo, Guillermo, no menos notable por la belleza masculina de su persona que por sus proezas caballerescas en el campo de batalla y su gran talento como legislador, sufrió en primera instancia la mortificación de recibir una respuesta muy desalentadora, no sólo de los padres y parientes de la joven, sino de ésta misma. Y es que Matilde había ofrecido sus primeros afectos a un joven y noble sajón llamado Brihtric Meaw, que visitara la corte de su padre en calidad de embajador de Eduardo el Confesor, rey de Inglaterra[6].
Brihtric, apodado «Snaw» o «Nieve» por la blancura de su tez, era hijo de Algar, el señor del honor de Gloucester, y poseía muy extensos dominios en ese condado. Sin embargo, parece haber sido insensible a la consideración con que lo distinguió Matilde. Esta situación, junto con la secuela oscura de la historia que se relatará posteriormente, es uno de esos hechos auténticos pero oscuros que en ocasiones tiñen de novela las páginas de la historia.
Es más que probable que la pasión que Matilde abrigó por el rubio enviado inglés fuera el obstáculo más formidable de todos los que su primo, Guillermo de Normandía, debió sortear durante el período tedioso de su cortejo.
Un carácter menos decidido habría perdido la esperanza y renunciado a la empresa; pero Guillermo, una vez que había fijado su mente en este matrimonio, no sería disuadido por las dificultades o el desánimo. En vano fueron las intrigas de sus enemigos y parientes celosos en la corte flamenca; la oposición de los padres de la joven debido a su nacimiento ilegítimo y su derecho dudoso al ducado de Normandía; que la Iglesia romana vetara un matrimonio dentro de los grados prohibidos de consanguinidad; y, lo que era todavía peor, que la propia señorita lo tratara con frialdad y altivez. Después de siete años de dilaciones, Guillermo parece haber llegado a la desesperación; y si podemos confiar en la evidencia de la crónica de Inger, en el año 1047 salió al paso de Matilde en las calles de Brujas cuando ésta regresaba de misa, se apoderó de ella, la hizo rodar en el fango, estropeó su rico atuendo y, no contento con estos atropellos, la golpeó varias veces, para a continuación escapar al galope. Este método teutónico de cortejo, según nuestro autor, llevó el asunto a una crisis: porque Matilde, bien porque se convenció de que Guillermo la amaba con pasión, bien porque temía encontrarse con una segunda paliza, aceptó convertirse en su esposa[7]. ¿Cómo se atrevió él a presentarse otra vez delante de ella después de una conducta tan atroz?, la crónica no lo dice, y nosotros no lo podemos imaginar.
El matrimonio entre los primos reales tuvo lugar en 1052 en el castillo de Augi, propiedad de Guillermo en Normandía, donde Matilde fue conducida con gran pompa por sus ilustres padres y un séquito noble de caballeros y damas.
Wace[8], en su crónica poética de los duques de Normandía, dice «que el conde, su padre, dio a Matilde con alegría, con muy rico appareilement[9], que ella era muy hermosa y graciosa, y que Guillermo se casó con ella por el consejo de sus barones»[10].
El manto real adornado con joyas que Matilde vistió en el día de sus bodas, y también el usado por su poderoso señor en la misma ocasión, junto con el yelmo, fueron conservados durante largo tiempo en el tesoro de la catedral de Bayeux. Lancelot menciona un inventario de efectos preciosos pertenecientes a esa iglesia con fecha de 1476, en el que se enumeran estas costosas prendas nupciales. Inmediatamente después de la celebración del matrimonio, Guillermo condujo a su hermosa y real novia hacia Ruán, «donde», dice Wace, «se la sirvió y honró en gran medida».
Cuando Guillermo se casó con Matilde de Flandes, la situación de sus negocios no podía ser más peligrosa. Sus poderosos vecinos lo amenazaban por todas partes, ansiosos de adueñarse y repartirse los campos fértiles de Normandía con el fin de ampliar sus respectivas fronteras; y, al mismo tiempo, en sus dominios se organizaba un formidable partido de oposición, a favor de Guido de Borgoña, el hijo mayor de su tía Alicia. Este príncipe era el descendiente varón y legítimo más cercano del duque Ricardo II de Normandía; y como la línea directa había terminado con el difunto duque Roberto, muchos consideraban que, no obstante la operación de la ley sálica, tenía más derecho al ducado que el hijo del duque Roberto y de Arlette, la hija del curtidor de Falaise. Los detalles del nacimiento de Guillermo son muy bien conocidos como para merecer una recapitulación; pero es preciso señalar que algunos historiadores sostienen que Arlette fue esposa del duque Roberto, a pesar de que no tenía el rango o nacimiento suficientes para ser reconocida como duquesa[11]. Nos inclinamos a considerar esto como una mera paradoja, ya que Guillermo —que estaría más que dispuesto a invocar una pretendida legitimidad, aunque más no fuera a través de un supuesto contrato o promesa matrimonial entre sus padres— nunca hizo tal afirmación. Por el contrario, no sólo antes de que su espada victoriosa le hubiera comprado un sobrenombre más honorable, sino incluso después se sometió al uso del que derivaba de la vergüenza de su madre, y en la carta de las tierras que otorgó a su yerno Alan, conde de Bretaña, en Yorkshire, firma como «Guillermo, dicho el Bastardo»[12].
Es opinión general que Arlette se casó con Herluin de Conteville en vida del duque Roberto, y que debido a esta circunstancia Guillermo no tenía posibilidad de afirmar que era el hijo legítimo de su real padre[13].
Según todos los historiadores, Guillermo fue considerado desde el mismo momento de su nacimiento como un niño de gran futuro. La virilidad con que su mano infantil «tomó posesión» de los juncos acto seguido de hacer su entrada en el mundo, cuando como consecuencia del peligro de su madre se lo dejó en el suelo de la habitación donde vio la luz por primera vez[14], dio ocasión para que los chismosos oraculares que asistían a Arlette predijeran «que el niño sería un hombre poderoso, dispuesto a adquirir todo lo que estuviera a su alcance, y que mantendría lo adquirido con mano firme contra todos los rivales».
Al parecer, el duque Roberto no concedió mucha atención al bebé durante las primeras etapas de su infancia; de hecho se puede inferir lo contrario a partir del testimonio del historiador[15] que dice: «Cuando Guillermo tenía un año de edad, fue presentado a su padre; y cuando el duque Roberto vio qué niño hermoso y sano era, y lo mucho que se parecía a la dinastía ducal de Normandía, lo abrazó y reconoció como su hijo, y lo llevó a su palacio para que lo criaran como un príncipe. Cuando Guillermo tenía cinco años, pusieron bajo su mando un batallón de niños de su misma edad, con los que practicaba ejercicios militares de acuerdo a la costumbre de aquellos días. Sobre estos seguidores infantiles Guillermo asumió la autoridad de un soberano en miniatura; y si surgían disensiones entre ellos, siempre eran remitidas a su decisión, y se dice que sus juicios eran notables por su agudeza y equidad[16]». Así, en el principio de su vida, el poderoso normando aprendió a representar el rol de un líder y legislador. En efecto, la naturaleza lo había dotado eminentemente para la posición elevada que estaba destinado a ocupar en el futuro; y una educación como pocos príncipes de esa edad grosera, analfabeta, tenían la fortuna de recibir, fortaleció y mejoró sus poderosos talentos. A la edad de ocho años, era capaz de leer y explicar los Comentarios de César[17].
Habida cuenta de su belleza y promesa inicial, los normandos consideraron con especial interés al niño; pero como hijo ilegítimo, Guillermo no tenía derecho legal a la sucesión. Su derecho se fundó simplemente en la designación del duque, su padre. Este príncipe, sin otro descendiente, había centrado todo el afecto cariñoso de un padre en el joven Guillermo; y como naturalmente deseaba asegurarle la corona ducal, antes de partir en su misteriosa peregrinación hacia Tierra Santa, reunió a los pares de Normandía en el Hôtel de Ville[18] y les exigió que juraran lealtad a su hijo, a quien entonces nombró solemnemente como sucesor. Cuando el príncipe niño, entonces de siete años de edad, fue llevado a recibir el homenaje de los nobles reunidos, el duque Roberto lo tomó en brazos, y después de besarlo y abrazarlo con pasión lo presentó a sus valerosos Quens como su futuro soberano, con esta observación: «Es pequeño, pero crecerá»[19].
Los pares de Normandía gratificaron a su señor brindando al joven Guillermo el homenaje requerido[20]. El duque nombró entonces al conde Alan de Bretaña[21], su vasallo, pariente y amigo, como senescal de sus dominios con plenos poderes para gobernar el Estado de Normandía en su ausencia. Luego llevó su hijo a París y lo entregó en manos del rey de Francia, su soberano señor; y tras recibir de éste la promesa de que protegería y abrigaría al niño con amor, hizo que Guillermo brindara homenaje al monarca, como si ya fuera el duque reinante de Normandía; así aseguró el reconocimiento monárquico para el derecho del pequeño par-vasallo. Después de estos arreglos, el duque Roberto partió en esa expedición de la que no regresaría nunca más a sus dominios[22].
En la corte de su soberano Enrique I de Francia, el tío de su futura cónyuge Matilde de Flandes, Guillermo terminó su educación y aprendió la ciencia de la diplomacia, a salvo de todas las facciones e intrigas que tenían a Normandía en convulsión. Los Estados[23], fieles a la lealtad que habían jurado al hijo de su difunto señor, enviaron embajadores a París para reclamar al joven duque[24]. El rey de Francia lo entregó a los diputados, pero poco después invadió sus dominios. Guillermo, sin embargo, poseía energías iguales a las dificultades que podía encontrar, y tenía algunos amigos fieles y poderosos entre los consejeros de su difunto padre. Raúl de Gacé y Roger de Beaumont sostuvieron firmemente la causa de su joven duque, tanto en la corte como en el campo de batalla. Fueron sus tutores en el arte de la guerra, y gracias a la asistencia y consejo de éstos, Guillermo fue capaz de derrotar al rey de Francia y mantener la dignidad de un soberano y jefe militar a una edad cuando los príncipes por lo general se ocupan en diversiones infantiles, o en los placeres de la caza[25].
Uno por uno, casi todos los nobles normandos que podían alegar una gota de la sangre de Rollón, el fundador de la dinastía ducal de Normandía, fueron incitados a la insurrección por el rey Enrique de Francia, en calidad de pretendientes rivales de la corona. En una ocasión, con toda probabilidad Guillermo habría sido víctima de la trampa tendida por su primo Guido de Borgoña, cuando estaba en una excursión de caza y pasaba la noche sin nadie de su séquito militar en el castillo de Valognes; de este peligro lo salvó la fidelidad de su bufón, que, después de escuchar a los conspiradores mientras organizaban el plan, viajó toda la noche a toda velocidad para poner sobre aviso al duque. Hallando los medios para entrar en el castillo a las cuatro de la mañana, golpeó violentamente con el mango de su látigo en la puerta de la cámara donde dormía su soberano, y gritó: «¡Levez, levez, Seigneur!», hasta que logró despertarlo. Sin embargo, Guido de Borgoña y sus confederados estaban tan cerca, que sólo por montar su corcel más veloz, a medio vestir, y cabalgar con la velocidad del fuego durante muchas horas, fue que Guillermo pudo huir de sus perseguidores; incluso entonces habría caído en sus manos, de no ser porque encontró un caballero en la carretera con el que cambió los caballos, pues el suyo estaba totalmente agotado. Luego, el joven duque capturó a Guido de Borgoña; pero como le había tenido mucho cariño en la niñez, lo perdonó generosamente por todos los problemas que le había ocasionado, y por los muchos intentos que había hecho contra su vida[26].
El rey de Francia se preparaba para atacar a Guillermo con furia redoblada, justo en el período en que éste, gracias a su afortunado matrimonio con Matilde, fortaleció su derecho imperfecto al trono de Normandía uniéndose a una descendiente legítima de la dinastía ducal[27], y adquiriendo al mismo tiempo un poderoso aliado en la persona de su suegro, el conde de Flandes. La muerte de Enrique despejó la tormenta oscura que se cernía sobre Normandía; y como el joven Felipe de Francia, hijo y sucesor de aquél, fue dejado durante su minoría de edad bajo la tutela del marido de su tía, Balduino de Flandes, no otro que el padre de Matilde, Guillermo se encontró completamente libre de todas las amenazas que podía esperar de Francia[28]. Sin embargo, apenas se había preparado para disfrutar la felicidad conyugal cuando surgió una inesperada causa de molestia[29].
Mauger, el arzobispo de Ruán, un tío ilegítimo del joven duque, había hecho grandes esfuerzos para evitar el matrimonio con Matilde de Flandes, pero como resultaran inútiles todos los obstáculos colocados en contra de esa unión, procedió a dictar la sentencia de excomunión contra la pareja de recién casados, bajo el pretexto de que era un matrimonio dentro de los grados prohibidos de consanguinidad[30], y, por lo tanto, ilegal a los ojos de los hombres y abominable para Dios.
Indignado, Guillermo apeló esta sentencia al papa, quien, después de que los contrayentes se sometieran a las multas habituales, anuló las censuras eclesiásticas del arzobispo y otorgó la dispensa matrimonial, con la condición de que el joven duque y la duquesa edificaran y dotaran cada uno una abadía en Caen y un hospital para ciegos. Lanfranco, el después célebre arzobispo de Canterbury, que en esa época era un individuo de poca nota al que Guillermo había extendido su protección y patronazgo, se encargó de esta negociación, y la llevó a cabo con tanta habilidad como para asegurarse el favor y la confianza de Guillermo y Matilde, quienes años después lo promoverían al oficio de tutor de su progenie real, y finalmente a la más alta jerarquía y poder eclesiástico.
Guillermo y Matilde se sometieron con alegría a las condiciones exigidas a cambio de la dispensa, y fundaron las abadías hermanas de Saint-Étienne y de la Santísima Trinidad. Guillermo construyó y dotó la de Saint-Étienne para una fraternidad de monjes cuyo abad fue Lanfranco. Matilde fundó y dotó la de la Santísima Trinidad para las monjas. Al parecer, estos edificios sagrados se construyeron sobre un suelo que no se había obtenido muy honestamente, como tendremos ocasión de ver más adelante[31].


Abadía de la Santísima Trinidad de Caen, también conocida como "Abadía de las Damas"

Lo único que Mauger consiguió, con su interferencia impertinente en los asuntos matrimoniales de su sobrino ducal, fue la exposición y castigo de sus propias fechorías; porque Guillermo, muy exasperado por el intento del arzobispo para separarlo de su esposa, tomó represalias. Y a tal efecto convocó una asamblea de todos los obispos de Normandía, en Lisieux, ante la cual lo hizo acusar de varios crímenes y delitos, en especial de la venta de cálices consagrados y otros artículos de la vajilla de la iglesia para suministrarse lujo[32]. Mauger fue declarado culpable de estas malas prácticas y depuesto de su cargo, y san Maurilio fue elegido en su lugar[33].
Establecida la tranquilidad, Guillermo procedió a construir un palacio real en el recinto de la abadía de Saint-Étienne, que debía servir como su residencia y la de su joven duquesa. El gran salón o cámara del consejo de este palacio fue una de las habitaciones más magníficas de Europa en ese momento.


Abadía de Saint-Étienne de Caen

Matilde, que había heredado de su padre Balduino de Lille el gusto por la arquitectura, se deleitó en el progreso de estos edificios señoriales; y sus fundaciones se encuentran entre las reliquias más espléndidas de la grandeza normanda. Fue una patrona generosa de las artes, proporcionó gran estímulo a los hombres de saber, y cooperó con su marido muy activamente en todos los planes para promover y ampliar el comercio y la felicidad general del pueblo que tenían a su cargo. Fueron muy exitosos en esto: Normandía, siempre desgarrada por las facciones contendientes y empobrecida por la guerra extranjera, comenzó a probar las bendiciones del reposo; y bajo el gobierno sabio de su enérgico soberano pronto experimentó los buenos efectos de la política ilustrada de éste.
De sus expensas Guillermo levantó el primer muelle que se construyó, en Cherburgo[34]. Supervisó la construcción y organización de flotas, diseñó grandes puertos para sus barcos y, en un tiempo relativamente corto, hizo de Normandía una considerable potencia marítima y, finalmente, la señora del canal de la Mancha.
Mientras tanto, parece haber sido muy grande la felicidad doméstica que Guillermo disfrutó con su bella duquesa. Todos los historiadores aceptan que fueron una pareja muy unida, y que, cualquiera fuese el estado previo de los afectos de Matilde, éstos se fijaron de manera inalterable y fiel en su primo desde la hora en que se convirtió en su esposa; y con razón, porque Guillermo fue el esposo más fiel y siempre le permitió tener influencia en el matrimonio. Depositó en ella una confianza sin límites, y muy poco después de su casamiento dejó las riendas del gobierno a su cuidado, cuando cruzó hacia Inglaterra para pagar una visita a su pariente y amigo Eduardo el Confesor. Guillermo había fortalecido esta relación gracias a su matrimonio con Matilde, y estrechó su vínculo familiar con el soberano inglés; y tal vez el motivo de su visita fue recordar esa circunstancia al monarca sin hijos, y también la hospitalidad que éste había recibido en las cortes flamenca y normanda durante el período de su adversidad[35].
Eduardo «lo recibió con mucho honor y le hizo entrega de halcones y perros, y muchos otros regalos hermosos y buenos», dice Wace, «como muestras de su amor». El duque Guillermo, para hacer esta visita, había elegido el momento en que Godwin y sus hijos se encontraban en el exilio; y es probable que sacara partido de esa ausencia para obtener de Eduardo la promesa de que lo adoptaría como su sucesor al trono inglés, y para iniciar una serie de intrigas políticas relacionadas con el poderoso proyecto que emprendería catorce años después.
En la búsqueda de la amplia corriente de la historia, ¡cuán pocos escritores se toman la molestia de rastrear las corrientes subyacentes que influencian el curso de los acontecimientos! El matrimonio de Tostig, hijo de Godwin, con Judit de Flandes, la hermana de Matilde[36], fue una gran causa de la conducta traicionera y antinatural que decidió el destino de Harold y que transfirió la corona de Inglaterra a la dinastía normanda. Durante el período de su exilio de Inglaterra, Godwin y su familia buscaron refugio en la corte del conde de Flandes, suegro de Tostig, que los recibió con afecto y hospitalidad, y los duques de Normandía los trataron con toda las señales de amistad que razonablemente podían esperar si se tiene en cuenta la relación familiar a la que hemos aludido[37].
Nueve meses después de su matrimonio, Matilde dio a luz un niño al que Guillermo llamó Roberto, como su padre, pensando que el nombre de un príncipe cuya memoria era querida en Normandía aseguraría la popularidad del heredero[38]. Este evento incrementó en gran medida la felicidad de la pareja ducal. En efecto, el afecto y la confianza que se tenían eran inmensos. En ese momento eran considerados la pareja más guapa y tiernamente unida de Europa. Un grado de educación muy inusual para la época había mejorado sus buenos talentos naturales; sus gustos y pasatiempos eran tan similares que su mutua compañía en las horas privadas les resultaba encantadora, y proporcionaron a todos sus actos públicos esa graciosa unanimidad que debía tener los efectos más felices en las mentes de sus súbditos.
El nacimiento de Roberto fue seguido en rápida sucesión por los de Ricardo, Guillermo Rufus, Cecilia, Águeda, Constanza, Adela, Adelaida y Gundred. Durante varios años de paz y prosperidad nacional, Matilde y su esposo se emplearon en supervisar la educación de sus encantadores y numerosos hijos, varios de los cuales, según el informe de los cronistas de la época, fueron niños de gran promesa[39].
Ningún acontecimiento muy notable tiene lugar en los registros de la corte de Matilde hasta la llegada de Harold en el año 1065. Éste había emprendido viaje hacia Normandía en un barco pesquero, y las inclemencias del clima lo impulsaron en el río Maye, en territorios del conde de Ponthieu, quien, con la intención de sacarle un cuantioso rescate, lo capturó y encerró en las mazmorras de Beaurain.


Harold es apresado por el conde Guido de Ponthieu (Tapiz de Bayeux, fines del siglo XI)

Sin embargo, el duque de Normandía exigió al ilustre cautivo, y el conde de Ponthieu —entendiendo que el hermano de Harold era el cuñado de la duquesa de Normandía— creyó más prudente entregar su presa al pariente que la reclamaba.
Guillermo y Matilde trataron a Harold con aparente amistad. Incluso le ofrecieron una de sus hijas en matrimonio —una jovencita que no debía tener más de siete años y con la que Harold se comprometió, aunque sin ninguna intención de mantener su palabra.
Luego, Guillermo confió a su renuente invitado la historia de cómo Eduardo el Confesor lo había adoptado como sucesor; y procedió a sacarle aquel juramento solemne por el que Harold se obligaba a prestarle toda la ayuda posible en su intento de conseguir la corona de Inglaterra[40].


El juramento de Harold, quien pone sus manos sobre las santas reliquias a pedido de Guillermo (Tapiz de Bayeux).

Al regresar, Harold llegó a una ruptura abierta con su hermano Tostig. Probablemente durante su última visita en Normandía había descubierto de qué forma su hermano estaba de pleno en el interés de la familia de su mujer flamenca. Entonces Tostig huyó con su esposa e hijos hacia la corte de su suegro el conde de Flandes, y se consagró por entero a la causa de Guillermo de Normandía.
En esta crisis peligrosa, cuando una tormenta tan oscura se reunía lenta pero inexorablemente sobre Inglaterra, un deterioro lamentable operaba en el carácter nacional del pueblo inglés, sobre todo entre las clases más altas, que se habían entregado a toda clase de lujos y desenfrenos. Guillermo de Malmesbury ofrece la siguiente imagen pintoresca de las costumbres y procedimientos en este período. «Los ingleses», dice, «entonces habían adoptado las extrañas costumbres de los franceses, no sólo en su conversación y conducta, sino en sus actos y caracteres. Su moda en el vestir era ir arreglados fantásticamente con prendas cortas hasta las rodillas. Sus cabezas rapadas y sus barbas afeitadas salvo en el labio superior, donde llevaban largos bigotes. Cargaban enormes brazaletes de oro y llevaban marcas pintadas en la piel, estampadas de diversos colores»; es evidente que los anglosajones habían adoptado la práctica bárbara de tatuar sus personas, como los indígenas groseros de la isla once siglos atrás. «Se habían habituado», continúa nuestro autor, «a comer hasta el hartazgo y beber con exceso; mientras tanto, todo el clero se había hecho adicto a la literatura ligera y trivial, y apenas podía leer los breviarios». En una palabra, de acuerdo con el testimonio de sus propios cronistas, habían llegado a ese grado de sensualidad y locura que generalmente atrae un castigo nacional, bien en forma de peste, bien en forma de espada.
«Los normandos de esa época», dice Malmesbury, «vestían con orgullo, eran delicados en su alimentación, mas no glotones; una raza acostumbrada a la guerra, sin la que apenas podían vivir; feroces al lanzarse contra el enemigo, y, cuando desiguales en fuerza, listos para usar la estratagema o el soborno en pos de sus fines. Viven en casas grandes con economía. Quieren competir con sus superiores. Envidian a sus iguales y saquean a sus inferiores, pero se casan no pocas veces con sus vasallos».
Tales eran las características generales de los veteranos guerreros forjados por Guillermo, en los que por precepto y ejemplo había estimulado los hábitos de frugalidad, templanza y autocontrol. El soberano poderoso de un pueblo poderoso[41], que poseían todos los elementos necesarios para triunfar en tamaña empresa, una que cualquier otra nación de Europa habría considerado poco menos que una locura.
Cuando la noticia de la muerte del rey Eduardo, junto con la noticia de que Harold había asumido la dignidad real, llegaron a la corte de Normandía, Guillermo quedó sin palabras, tan indignado como sorprendido. Y se dice que en los primeros tumultos de su agitación y enojo[42], inconsciente, ató y desató varias veces el rico cordón de su manto. A continuación ventiló su ira en animadversiones feroces contra la fe rota de Harold, que se había hecho coronar rey de Inglaterra en desafío de lo que solemnemente había jurado.

La coronación de Harold (Tapiz de Bayeux).

Guillermo también se quejó por la afrenta que el infiel sajón ofreciera a su hija. Éste, a despecho de su compromiso con la pequeña princesa normanda, justo antes de morir el rey Eduardo, y para fortalecer su interés con los nobles ingleses, se había casado con Edith, la hermana de los poderosos condes Morcar y Edwin, viuda de Griffith, príncipe de Gales. Guillermo menciona esta circunstancia con gran amargura en todas sus proclamas y mensajes de reproche a Harold, y parece que la consideró una villanía tan grande como la asunción de la corona de Inglaterra. Algunos de los historiadores que escribieron cerca de ese período dicen que la señora Adelaida —la novia prometida a Harold— estaba muerta en ese momento; pero de ser así, Guillermo no podía tener ningún pretexto para recriminar al noble inglés el insulto que había ofrecido a su familia celebrando otra alianza matrimonial[43].
Guillermo tenía la intención de hacer valer sus pretensiones a la corona de Inglaterra por la fuerza de las armas, so pretexto de que Eduardo el Confesor lo había adoptado verbalmente. Pero cuando comunicó este propósito a sus pares normandos, surgieron debates tormentosos. Entonces se encontraban reunidos en el salón de Lillebonne, donde permanecieron mucho tiempo en consejo, pero lo emplearon principalmente en quejarse los unos a los otros por el temperamento belicoso de su señor. Había, sin embargo, grandes diferencias de opinión entre ellos, y debieron dividirse en varios grupos, pues muchos optaban por hablar a la vez y nadie podía obtener la atención de toda la asamblea, sino arengar a tantos oyentes como sobre los que podía imponerse. La mayoría se oponía a la idea de la expedición contra Inglaterra, y dijeron que ya habían pagado muchos tributos para apoyar las guerras extranjeras del duque, observando que «no sólo eran pobres, sino que además estaban endeudados»; mientras tanto, otros no fueron menos vehementes en defender el proyecto de su soberano, y hablaron «de la conveniencia de contribuir con barcos y hombres, y cruzar el mar con él». Algunos dijeron «que lo harían», otros «que no»; y por último, la contienda llegó a ser tan feroz que Fitz-Osbern de Breteuil, llamado «Espíritu Orgulloso», se adelantó y arengó a la parte descontenta de la asamblea con estas palabras:
«¿Por qué discutís con vuestro señor, que busca ganar honor? Le debéis servicio por vuestros feudos y debéis brindarlo con toda solicitud. En lugar de esperar a que os suplique, debéis ir a él y ofrecer vuestra ayuda, para que luego no pueda decir que su designio ha fallado por vuestra dilación».
«Señor», respondieron, «tememos el mar, y no estamos obligados a servir más allá de éste; pero habla al duque por nosotros, pues parece que estamos confundidos, y creemos que vas a decidir mejor por nosotros de lo que podemos hacerlo nosotros mismos»[44].
Fitz-Osbern, así facultado para actuar como diputado, fue al duque a la cabeza, y en nombre de todos le hizo las propuestas más incondicionales de asistencia y cooperación.
«He aquí», dijo Fitz-Osbern, «la fidelidad amorosa de vuestros vasallos, mi señor, y su celo por serviros. Con vos pasarán el mar, y doblarán su servicio acostumbrado. El que está obligado a suministrar veinte caballeros, traerá cuarenta; el que debe serviros con treinta, ahora os servirá con sesenta; y el que os debe cien, con alegría aportará doscientos[45]. En cuanto a mí, en buen amor a mi soberano en su necesidad, voy a contribuir con sesenta naves bien equipadas y cargadas de soldados». Aquí los barones disidentes lo interrumpieron con un clamor de desaprobación, exclamando «Que él podía dar tanto como quisiera, pero que nunca lo habían autorizado a prometer esas ayudas inauditas en nombre de ellos»; y que no se someterían a tales imposiciones de parte de su soberano, ya que si una vez realizaban el doble de servicio, en adelante les sería exigido como un derecho.
«En pocas palabras», continúa el animado cronista[46], «levantaron tal alboroto que ninguno podía oír al otro —nadie podía escuchar razón o hacerse entender—. Entonces el duque, muy perplejo con el ruido, se retiró y mandó llamar a los barones uno por uno, con el fin de ejercer todo su poder de persuasión a propósito de inducirlos a favor de sus deseos, con la promesa ‘de que los recompensaría ricamente con los despojos de los sajones si le brindaban la ayuda que ahora les pedía; y que, si se sentían dispuestos a cumplir la oferta de doble servicio hecha por Fitz-Osbern, la recibiría como una prueba de afecto leal, y nunca pensaría en exigirla como un derecho en cualquier ocasión futura’».
Ante este discurso conciliador, los nobles se apaciguaron; y sintiendo que era mucho más fácil mantener su oposición a los deseos del soberano en el consejo que en la cámara de audiencias, comenzaron a asumir un tono diferente, e incluso expresaron su deseo de complacerlo tanto como pudieran[47].
Luego, Guillermo invitó a sus vecinos bretones, angevinos y de Boulogne a seguir su estandarte, seduciéndolos con la promesa de una buena paga y una participación en el botín de la alegre Inglaterra. Incluso se propuso hacer entrar en la alianza al rey de Francia, ofreciéndole que, a cambio de una ayuda en dinero, hombres y barcos, lo reconocería como señor supremo de Inglaterra así como de Normandía, y le rendiría el homenaje de un vasallo por esa isla así como por sus dominios continentales. Felipe consideró que la idea de anexar Inglaterra a Normandía era una quimera extravagante[48], y le preguntó «¿Quién se haría cargo de su ducado mientras él corría detrás de un reino?». A esta consulta sarcástica, Guillermo respondió: «Es una preocupación que no debe inquietar a nuestros vecinos; por la gracia de Dios, hemos sido bendecidos con una esposa prudente y súbditos amorosos que mantendrán nuestra frontera segura durante nuestra ausencia»[49].
Guillermo rogó al joven conde Balduino de Flandes, el hermano de su duquesa, que lo acompañara como aliado; pero el astuto flamenco, con el que la relación familiar parece haber tenido muy poco peso, le respondió con una pregunta: «¿Qué parte de Inglaterra intentaba concederle a modo de recompensa»[50].
El duque, sorprendido por esta demanda, dijo a su cuñado «Que no podía satisfacerlo en ese punto hasta que lo hubiera consultado con sus barones»; pero en lugar de mencionarles el asunto, tomó un trozo de hermoso pergamino, y después de doblarlo en forma de carta lo suscribió para el conde Balduino de Flandes, lo lacró con el sello ducal y escribió el siguiente dístico en la etiqueta del rollo:
Beau frère, en Angleterre vous aurez
Ce qui dedans escript vous trouverez;[51]
Es decir: «Hermano, os doy una parte de Inglaterra como la que encontrareis dentro de esta carta».
Envió la carta al joven conde con un paje muy ingenioso, muy de su confianza. Cuando Balduino hubo leído el prometedor endoso, rompió el sello lleno de expectativas, pero al encontrar el pergamino en blanco se lo mostró al portador; y le preguntó qué quería decir el duque.
«Nada está escrito aquí», respondió el mensajero, «y nada recibiréis, por tanto, nada encontrareis. El honor que el duque persigue será para ventaja de vuestra hermana y sus hijos, y su grandeza será para vuestro provecho, y el beneficio se sentirá en vuestro país; pero si negáis vuestra ayuda, entonces, con la bendición de Dios, mi señor conquistará Inglaterra sin vuestro apoyo».[52]
Pero a pesar de que Guillermo se aventuró por medio de este recurso sarcástico a reprobar los sentimientos egoístas manifestados por su cuñado, de buena gana se sometió a los únicos términos con que podía obtener la ayuda del padre de Matilde, a saber, asegurarle, así como a sus sucesores, una pensión perpetua de 300 marcos de plata anuales en caso de tener éxito en establecerse como rey de Inglaterra[53]. Según los historiadores flamencos, esta pensión se pagó de hecho en vida de Balduino V y su hijo Balduino VI, pero se suspendió después. Lo cierto es que la familia de Matilde prestó la ayuda más importante a Guillermo en la conquista de Inglaterra, y que sus compatriotas estuvieron entre sus auxiliares más valientes[54]. De hecho el conde de Flandes fue la primera persona en romper las hostilidades contra Harold, suministrando naves y una fuerza militar para que el traidor Tostig hiciera un desembarco en Inglaterra.
Tostig ejecutó su misión más como un pirata que como un líder acreditado. Los valientes condes Morcar y Edwin lo rechazaron hacia Escocia, de donde pasó a Noruega. Allí consiguió persuadir al rey Hårfager[55] para invadir Inglaterra en un punto, al mismo tiempo que Guillermo de Normandía atacaba en otra región de la isla[56].
En general, durante esta crisis decisiva, la mentalidad de los ingleses sufría una depresión dolorosa, producto de la aparición del espléndido cometa de tres colas que se hizo visible en el horizonte al comienzo del memorable año 1066, días antes de la muerte del rey Eduardo. El estado confuso de la sucesión y el espíritu supersticioso de la época inclinaron a las personas de todas clases a considerar, con sentimientos de ominosa consternación, cualquier fenómeno que podía ser interpretado como un mal presagio. Aun los astrólogos que predijeran la aparición de este cometa habían creído conveniente anunciarlo en un oracular dístico latino. La siguiente copla grosera es una traducción literal:
En el año mil y sesenta y seis,
Cometas pondrán fin a los hijos de Inglaterra.[57]
«Por ese tiempo», dice Malmesbury, «un cometa o estrella, que como se suele decir denota un cambio en los reinos, apareció arrastrando su extensa cola de fuego a lo largo del cielo; conque un monje de nuestro monasterio, llamado Elmer, inclinándose de terror cuando vio la brillante estrella por primera vez, exclamó proféticamente: ‘¡Has venido! Tu llegada es causa de gran llanto para muchas madres. Te he visto mucho antes; pero ahora te contemplo en tus terrores, amenazando con destrucción a este país’.»[58]
Wace, al que casi podemos considerar un cronista de la época, en un lenguaje aun más original describe la aparición de este cometa, y la impresión que hizo en los antifilosóficos buscadores de estrellas del siglo XI. «Este año una gran estrella apareció en los cielos, que brilló durante catorce días, con tres largos rayos que fluían hacia el sur. Es costumbre ver una estrella como esa cuando un reino está a punto de cambiar de gobernante. He visto a hombres que la vieron —hombres que eran mayores de edad en el momento de su aparición, y que después vivieron muchos años».[59]
Las descripciones que acabamos de citar, de la pluma del poeta normando y del cronista monástico, están muy lejos del diseño maravilloso de este cometa hecho por Matilde en el Tapiz de Bayeux, donde la aguja real lo representó de dimensiones que bien podían justificar la alarma del grupo aterrorizado de príncipes, sacerdotes y señoras sajonas, que parecen salir huyendo de sus viviendas pigmeas y señalarlo con signos inequívocos de terror; porque, más allá del hecho de que parece estar lo suficiente cerca para chamuscar las narices, inevitablemente habría sacado al mundo y todos sus planetas hermanos de órbita, si hubiera tenido en proporción una centésima parte de la magnitud con que aparece allí[60]. Sin embargo, debe hacerse alguna concesión a la exageración de los recuerdos femeninos sobre un objeto que, podemos suponer, no fue transferido a la crónica bordada de la conquista de Inglaterra hasta después del triunfo de Guillermo de Normandía, que dio a su reina-duquesa y las damas de su corte un motivo tan magnífico para el empleo de la habilidad e ingenio femeninos en el registro de sus logros a fuerza de costura. Pero, en las vísperas de esta expedición aventurera, podemos concluir naturalmente que el tiempo y el pensamiento de Matilde se ocupaban en cosas más importantes que las labores del telar o la fabricación de figuras de estambre; cuando, además de todos sus temores y desvelos por separarse de su señor, sin duda tuvo muchos problemas para conciliar a las damas normandas con la ausencia de sus maridos y amantes[61], por lo menos tantos como tuvo el duque para convencer a sus valerosos quens a fin de lograr que lo acompañaran en una expedición tan llena de peligros para todos los involucrados.


El paso del cometa Halley a principios de 1066 (Tapiz de Bayeux).

Antes de partir para unirse con sus barcos y fuerzas reunidos en el puerto de Saint-Valery, Guillermo invistió solemnemente a Matilde con la regencia de Normandía, y le suplicó «el beneficio de sus oraciones para él y sus compañeros de armas, y las oraciones de sus damas para el éxito de la expedición». Nombró como consejeros a algunos de los hombres más sabios y experimentados entre los prelados y nobles principales de Normandía[62]. El más célebre de ellos por su coraje, habilidad y sabiduría era Roger de Beaumont, y Guillermo recomendó a la duquesa que lo escuchara en todos los asuntos de política interna. También asoció a su hijo mayor Roberto en la regencia, y este joven que acababa de cumplir trece años se convirtió en el nominal jefe militar de Normandía durante la ausencia de su padre.
La invasión de Inglaterra de ninguna manera fue una medida popular entre todas las clases de súbditos de Guillermo; y durante el tiempo que la falta de viento detuvo su armada en Saint-Valery, los soldados rasos empezaron a murmurar en sus tiendas. «El hombre debe estar loco», decían, «para persistir en ir a sojuzgar un país extranjero, ya que Dios, que retenía el viento, se le oponía; que su padre, apodado Robert le Diable, se había propuesto algo por el estilo y resultó frustrado de la misma manera; y que era el destino de esa familia aspirar a cosas inalcanzables y encontrar en Dios a su adversario»[63].
Cuando el duque se enteró de estos informes desalentadores, convocó un consejo de sus jefes; éste decidió sacar el cuerpo de san Valerio para que pudiera recibir las ofrendas y los votos de aquéllos que deberían sentirse dispuestos a implorar la intercesión del santo por un viento favorable[64]. Con este ingenio, en lugar de interponer la autoridad de un soberano y líder militar para castigar el lenguaje de sedición y motín entre sus tropas, Guillermo combatió superstición con superstición a propósito de distraer a los instrumentos miopes de su ambición. Los huesos del santo patrón del puerto se sacaron a la luz con gran solemnidad, y se expusieron en su relicario sobre el verde césped, bajo el dosel del cielo, con el doble propósito de recibir las oraciones de los piadosos y los aportes de la caridad[65]. Los cronistas normandos afirman que el relicario quedó medio enterrado entre los montones de oro, plata y cosas preciosas derramados sobre él por la multitud de devotos que acudió a presentar sus respetos. Así fueron entretenidos los normandos descontentos hasta que cambió el viento.
En el ínterin, Guillermo se sorprendió gratamente por la llegada de su duquesa al puerto, en un espléndido barco de guerra llamado el Mora[66], que ella había hecho construir sin el conocimiento de su esposo, y adornar en el estilo de magnificencia más real para obsequiárselo. La efigie de su hijo más joven (Guillermo), hecha de bronce dorado —y algunos escritores dicen que de oro—, se encontraba en la proa de esta nave, con la cara vuelta hacia Inglaterra, sosteniendo una trompeta en los labios con una mano, y teniendo en la otra un arco con la flecha dirigida hacia aquella tierra[67]. A todos pareció como si el viento se hubiera retrasado sólo para permitir que Matilde ofreciera este regalo gratificante y auspicioso a su señor; porque apenas se habían apagado las aclamaciones con que la recibió la admirada hueste, cuando la tan deseada brisa se levantó, «y surgió un clamor gozoso», dice Malmesbury, «convocando a cada uno a los buques». El mismo duque, lanzándose el primero desde el continente a lo profundo, se puso a la vanguardia en el Mora, que de día se distinguía por una bandera roja como la sangre[68], y tan pronto como oscurecía llevaba una luz en la cofa, igual que un faro para guiar las otras naves. La primera noche, el líder ducal sacó tanta ventaja a sus seguidores que al rayar el alba el Mora se encontraba solo en medio de los mares, sin una sola vela de su convoy a la vista, aunque se tratara de mil naves. Algo perturbado por esta circunstancia, Guillermo ordenó al capitán del Mora que subiera al mástil y mirara en la distancia para decirle lo que viera.
La respuesta fue: «Nada más que mar y cielo». «Sube de nuevo», dijo el duque, «y mira». El hombre gritó «Que veía cuatro manchas en la distancia, igual que velas de barcos».
«Mira una vez más», exclamó Guillermo; entonces el capitán exclamó: «Veo un bosque de mástiles altos y velas hinchadas que viene galantemente hacia nosotros»[69].


El Mora, buque enseña de la armada invasora (Tapiz de Bayeux).

El mal tiempo acompañó el viaje, pero es notable que sólo dos embarcaciones se perdieran de una flota tan numerosa. En una de ellas iba un astrólogo famoso que se había atrevido a predecir que la expedición sería un éxito completo, porque Harold resignaría Inglaterra al duque sin presentar batalla. Guillermo no creía en los presagios ni estimulaba la adivinación, y cuando se enteró de la catástrofe del desafortunado adivino, que había considerado oportuno unirse a la armada, observó con astucia: «Poco podía saber de la suerte de los otros quien no podía prever la suya»[70].
El 28 de septiembre de 1066, la flota normanda hizo puerto en Pevensey, sobre la costa de Sussex.
El arribo de los normandos, que comienzan a plegar las velas y desembarcar los caballos de guerra (Tapiz de Bayeux).

La Crónica de la conquista normanda de Wace ofrece una imagen clara del desembarco del duque y su ejército. Los caballeros y arqueros desembarcaron los primeros[71].
Después de los soldados, vinieron los carpinteros, herreros y albañiles con sus herramientas en las manos, y los planos, sierras, hachas y otros instrumentos colgando en sus costados. Último vino el duque, que, al tropezar cuando saltaba a la orilla, quedó tendido sobre la playa cuan majestuosamente largo era.
De inmediato todos levantaron un grito de angustia. «¡He aquí una mala señal!», exclamaron los normandos supersticiosos; pero el duque, que al recuperarse se había llenado las manos con arena, gritó con voz fuerte y alegre: «¡Mirad, seigneurs! Por el esplendor de Dios, he tomado Inglaterra con mis dos manos[72]. Sin riesgo no ha de conseguirse ningún premio, y lo que he tomado, con vuestra buena ayuda, lo conservaré».
En el acto, uno de sus seguidores salió corriendo, y después de arrebatar un puñado de paja del techo de una choza lo trajo al duque[73], exclamando alegremente: «Señor, adelantaros y recibid esta toma de posesión. Os doy esta toma de posesión en señal de que este reino es vuestro».
«Lo acepto», respondió el duque, «¡y que Dios esté con nosotros!»[74].
Luego tomaron asiento y cenaron en la playa; después de lo cual buscaron un lugar donde levantar un fuerte de madera que habían traído en piezas separadas en sus barcos.
Matilde, en una sección curiosa del Tapiz de Bayeux, nos ha mostrado de qué manera los seguidores fieles de su señor llevaron la estructura inconexa de esta fortaleza de madera hasta la orilla. Los soldados prestaron ayuda a los carpinteros y los otros artesanos en esta ardua empresa, y el duque los animó y estimuló en este trabajo en conjunto, con tan buen propósito que antes de que anocheciera habían terminado la construcción y fortificación, y cenaron alegremente en ella. Aquí el duque se demoró cuatro días. A través de la agencia del cuñado de Matilde, Tostig, había hecho arreglos con Hårfager, rey de Noruega, para que sus ataques contra Inglaterra fueran simultáneos; pero los vientos contrarios que habían detenido su flota tanto tiempo en Saint-Valery, habían acelerado las velas de su aliado del norte, así que Hårfager y Tostig entraron en el Tyne con trescientas naves, e iniciaron su trabajo de rapiña y devastación una quincena antes de la llegada de la armada normanda. De esta manera, Harold tuvo las manos libres para dirigir toda su fuerza contra su fraternal enemigo y Hårfager; y la noticia de su victoria decisiva en Stamford Bridge, donde Tostig y Hårfager fueron derrotados y muertos, llegó a Guillermo cuatro días después de su desembarco en Pevensey[75], cuando se atrincheraba en su ciudadela de madera a la espera de una comunicación de sus confederados, antes de atreverse a avanzar más en el país. En el momento de recibir esta noticia desfavorable, Guillermo no manifestó consternación o sorpresa, sino que se dirigió a sus nobles y les dijo: «¿Veis que la predicción del astrólogo era falsa? No ha de ganarse la tierra sin una batalla; y aquí hago voto que, si place a Dios darme la victoria, doquiera que ésta sobrevenga construiré una iglesia consagrada a la Santísima Trinidad y san Martín, donde se dirán oraciones perpetuas por los pecados de Eduardo el Confesor, los míos, los de Matilde mi esposa y los de aquéllos que me han acompañado en esta expedición, pero sobre todo por los pecados de los que tengan que caer en la batalla»[76].
Este voto tranquilizó mucho a sus partidarios, y parece que los valientes normandos lo consideraron una medida muy reconfortante. Dura faena, sin embargo, esperaba a los sacerdotes que habrían de cantar y orar por los pecados de todas las partes especificadas, si tenemos en cuenta quiénes y qué clase de personas eran.
Entretanto, Harold se encontraba mucho más allá del Humber, animado por la victoria decisiva que había obtenido en Stamford Bridge; al mismo tiempo suponía que el duque de Normandía había postergado su amenazante invasión hasta la primavera[77], según le había informado engañosamente el padre de Matilde. Pero muy pronto un caballero de la vecindad de Pevensey le transmitió la inteligencia del arribo de los indeseables invitados. Este caballero había oído el clamor de los campesinos en la costa de Sussex cuando vieron llegar la gran flota, y como conocía el proyecto del duque normando, se había apostado detrás de una colina para ver el desembarco del poderoso ejército y sus acciones sobre la costa, hasta que terminaron de construir y amurallar la fortaleza de madera; esa construcción, hecha con una rapidez inconcebible, le pareció como obra de encantamiento. Profundamente preocupado por la visión, el caballero ciñó su espada, y lanza en mano montó en su corcel más veloz, sin detenerse por el camino, ya sea a descansar o refrescarse, hasta que encontró a Harold, al que comunicó las alarmantes noticias en estos términos: «Los normandos han arribado; han desembarcado en Hastings y han construido una fortaleza cercada por un foso y empalizadas; y van a quitaros la tierra, y a los vuestros, a menos que la defendáis bien»[78].
Con la vana esperanza de librarse de su formidable invasor, Harold ofreció comprar la partida del duque normando, diciéndole «que si buscaba plata u oro, él, que se había enriquecido con los despojos del derrotado rey de Noruega, le daría lo suficiente para su satisfacción y la de sus seguidores».
«Gracias por las bellas palabras de Harold», respondió Guillermo, «pero no traje tantos écus a este país para cambiarlos por sus esterlins[79]. El propósito de mi llegada es reclamar este reino, que me pertenece de acuerdo a la donación del rey Eduardo, confirmada por el juramento de Harold».
«No, pero pedís demasiado, señor», respondió el mensajero que llevara la oferta de paz; «mi señor no está en tal aprieto como para renunciar su reino según vuestro deseo. Harold no dará más de lo que podáis recibir de manera amistosa como condición de vuestra partida, la que está dispuesto a comprar con una gran cantidad de plata y oro y prendas finas; pero si no aceptáis su oferta, habéis de saber que está listo para presentaros batalla el sábado próximo, si os presentáis en el campo ese día»[80].
El duque aceptó el desafío, y en las vísperas de aquel día fatal para la causa sajona, Harold plantó su estandarte en el mismo lugar donde se encuentra ahora la abadía de Battle.
Los normandos e ingleses —que se cuidaron por igual de atacar en medio de la oscuridad— permanecieron alertas y en guardia toda la noche, pero emplearon la vigilia de una manera muy diferente.
Los ingleses, según el informe de los cronistas de la época, se dieron ánimo con una juerga desenfrenada, gritando Wassail y Drink heal[81], bailando, riendo y jugando a los dados durante toda la velada. Los normandos, por el contrario, permanecieron contritos, hicieron confesión de sus pecados y emplearon los preciosos momentos para encomendarse al cuidado de Dios. El día de la batalla, a pesar de ser sábado, juraron por consejo de sus directores espirituales que si recibían la victoria nunca más comerían carne en ese día de la semana: una obligación que hasta hace muy poco tiempo observaban los católicos de Inglaterra.
«Odo, el obispo guerrero de Bayeux, hermano uterino de Guillermo, y Godofredo, obispo de Coutances, recibieron confesiones, otorgaron bendiciones e impusieron no pocas penitencias»[82].
La batalla se libró el 14 de octubre —día del cumpleaños de Harold—, en un sitio a unos once kilómetros de Hastings, llamado Heathfield, donde el pueblo de Battle se encuentra ahora.
Cuando Guillermo se armaba para el enfrentamiento, en su prisa y agitación, sin querer se puso la cota de malla de revés[83]. Rápidamente la cambió; pero, debido a las miradas de consternación de los que lo rodeaban, comprendió que su error no había pasado desapercibido y que se había interpretado como un mal presagio. Entonces declaró, sonriente: «He visto a muchos hombres que, si tal cosa les hubiera ocurrido, no habrían entrado en el campo de batalla; pero nunca he creído en los presagios, ni he puesto mi fe en adivinaciones de ningún tipo, porque mi confianza está en Dios. No dejéis que este percance os desanime, ya que si este error significa algo es que el poder de mi ducado se convertirá en el de un reino. Sí, rey será quien hasta hoy no ha sido sino duque»[84].
Entonces el duque pidió que le trajeran el buen corcel que le había regalado como muestra de amistad el rey de España.
Matilde hizo justicia a este noble cargador en su Tapiz de Bayeux. Allí aparece enjaezado para la batalla y llevado por Walter Giffard, el escudero del duque. En el mismo grupo se halla la figura de un caballero armado de pies a cabeza, con la armadura de malla y el casco nasal que llevaba la caballería normanda de la época, con un pendón sujeto en su lanza que recuerda la moda del gallardete que forma parte de la parafernalia del lancero moderno, con la sola diferencia que el pendón del antiguo caballero estaba adornado con su divisa o escudo de armas, y servía al propósito de una bandera o punto de reunión general para su seguidores.
Por lo general se cree que la figura caballeresca que acabo de describir en el Tapiz de Bayeux es la propia imagen del temible conquistador de estos reinos, o en todo caso una tan semejante como su amorosa esposa Matilde podía producir con el punto de cruz. Se ve en el acto de extender la mano para recibir su caballo favorito.
«El duque», dice Wace, «tomó las riendas, puso pie en el estribo y montó; y el buen caballo piafó, hizo cabriolas, se levantó y saltó». El vizconde de Toazay, presente en la ocasión, expresó así su admiración por la buena apariencia del duque y su noble equitación[85]:
«Nunca», dijo, «he visto un hombre tan bien armado, ni que cabalgara tan gallardamente y llevara su cota tan bien, o cargara su lanza con tanta gracia. ¡Otro caballero igual no hay bajo el cielo! Un conde justo es, y un rey justo será. Dejadle luchar, y vencerá: y vergüenza sea al que le fallare»[86].
Los normandos se dispusieron en tres cuerpos. Montgomery y Fitz-Osbern lideraron el primero, Godofredo Martel dirigió el segundo y el propio duque encabezó el tercero, compuesto de la flor de Normandía que había de mantenerse en reserva hasta el momento adecuado para su avance más efectivo, según lo decidiera su hábil y potente líder.




La batalla de Hastings (Tapiz de Bayeux).

Taillefer, el trovador guerrero de Normandía, montó con gallardía a la cabeza de la caballería de su tierra natal, cantando la canción de guerra de Rollón[87]. Ese día, Guillermo perdió tres caballos bajo su cuerpo sin verter una gota de su propia sangre; sin embargo, al notar que Harold había sabido reunir y rodearse de un fuerte cuerpo de hombres en una de las alturas con la intención evidente de mantener esa posición ventajosa hasta que el ocaso favoreciera la retirada de los sajones, el duque lanzó su última y desesperada carga de caballería sobre el pueblo del país. Se supone que en este ataque Harold fue muerto por una flecha fortuita, que le entró por el ojo izquierdo hasta el cerebro.


La muerte de Harold ("Harold rex interfectus est"), quien intenta quitarse la flecha del ojo (Tapiz de Bayeux).

Esa noche el duque victorioso plantó su tienda en el campo de los muertos, que llamó siempre, en memoria de la masacre espantosa que había teñido la tierra de carmesí, valle de Sanguelac[88]. Esta feroz batalla costó a Guillermo la vida de seis mil de sus seguidores más valientes; pero Malmesbury y otros historiadores acreditados de ese momento calculan la pérdida de los sajones en sesenta mil hombres[89].
Cuando la duquesa-regente de Normandía, Matilde, recibió el anuncio gozoso de la victoria de su señor en Hastings, se dedicaba a sus devociones en la capilla del convento benedictino de Notre-Dame, en los campos cercanos a los suburbios de Saint-Sever; y después de dar gracias al Dios de las Batallas por el éxito de las armas de su consorte, ordenó que el priorato se llamara en adelante, en memoria de esa circunstancia, Notre Dame de Bonnes Nouvelles. Y con ese nombre se distingue hasta el día de hoy[90].
La coronación del antepasado poderoso de nuestra actual dinastía real tuvo lugar en Westminster, el lunes 25 de diciembre, día de Navidad, o, como lo llamaban nuestros antepasados ​​sajones, el día del Solsticio de Invierno. Se realizaron preparativos espléndidos en las ciudades hermanas de Londres y Westminster con el fin de celebrar la fiesta doble de la Natividad de Nuestro Señor y de la asunción del nuevo soberano. En la tarde del día de Nochebuena, Guillermo de Normandía entró en la ciudad a caballo y fue recibido por las aclamaciones de los londinenses. Esa noche se alojó en el palacio de Blackfriars, donde hoy está Bridewell. Temprano en la mañana navegó hacia el puente de Londres, donde desembarcó para dirigirse a una casa cerca de London Stone; después de descansar un momento, salió desde allí con una cabalgata señorial en dirección a Westminster, en medio de los gritos de una multitud prodigiosa que, debido a la emoción del desfile, se reconciliaba con la idea de recibir como soberano un hombre dotado tan admirablemente por la naturaleza para llevar las galas de la realeza[91].
Junto a la persona de éste cabalgó la nobleza de Inglaterra, y a continuación, la de Normandía. Nunca antes se había presenciado una coronación tan brillante, y tal vez ha habido pocas que la hayan superado en esplendor: lo cierto es que nunca hubo una con tantos príncipes y pares extranjeros presentes.
En consecuencia de la disputa entre Stigand, arzobispo de Canterbury, y el papa, Guillermo eligió ser coronado y consagrado por la mano de Aldred, arzobispo de York[92], a propósito de evitar la posibilidad de que la ceremonia fuera cuestionada en cualquier momento futuro. Sin embargo, no tomó la corona como derecho de conquista, sino por el consentimiento del pueblo; porque el arzobispo, antes de colocarle la diadema real en la cabeza, se detuvo, y volviéndose a los nobles ingleses les preguntó «si estaban dispuestos a tener al duque de Normandía por su rey»; las aclamaciones de asentimiento fueron tan prolongadas que la vehemencia de su lealtad, más ruidosa que sincera, casi origina las consecuencias más fatales. Guillermo había cercado la abadía y sus cercanías con un gran cuerpo de soldados normandos, una medida preventiva en caso de que sus nuevos vasallos hicieran cualquier atentado contra su vida; y los fieles guardias en las afueras de la abadía, que confundieron el aplauso clamoroso del interior con una insurrección de los sajones para masacrar a su señor y seguidores normandos, en las primeras emociones de sorpresa y rabia prendieron fuego a las casas colindantes a modo de represalia. Las llamas se extendieron rápidamente hacia los edificios de madera de alrededor, produjeron una gran consternación y ocasionaron la pérdida de muchas vidas. Guillermo, y los prelados y sacerdotes pálidos y temblorosos que asistían dentro de la iglesia, se turbaron y flaquearon en medio de la ceremonia, y con razón: porque si la parte más serena de los guardias normandos no hubiera hecho grandes esfuerzos para extinguir el incendio que ya se extendía hacia la abadía, ese magnífico edificio, con toda la compañía ilustre que albergaba, se habría consumido en las llamas. Algunas personas consideraron que este fuego fue obra del populacho sajón, cuya intención sería destruir de un solo golpe al conquistador normando y sus seguidores, con tantos compatriotas ingleses como los que habían olvidado su honor hasta el punto de convertirse no sólo en testigos, sino en asistentes de la coronación de su enemigo. Y este hecho no habría sido improbable, siempre que los anglosajones de ese período hubieran revelado un espíritu capaz de concebir y llevar a efecto un designio de tan increíble grandeza en pos de liberar a su país. Por lo tanto, nos inclinamos a estar de acuerdo con todos los cronistas de la época, que atribuyen la conflagración a la soldadesca normanda, la que no pudo apaciguarse de ninguna manera hasta que su jefe amado salió de la abadía y se mostró en sus trajes de coronación y diadema.[93]





[1] Thierry, Anglo-Normans. En el Domesday Book, Matilde, la esposa del Conquistador, se llama «Matilda Regina».
[2] Hlafdige se cwene es la frase sajona. Hlafdige, o lady, significa «la que da el pan». Cwene, o Quen, se utilizaba en la antigüedad como un término de igualdad, aplicado indistintamente a ambos sexos. En las viejas crónicas y poemas normandos, en lugar del duque de Normandía y sus compañeros, se utiliza la frase el duque de Normandía y sus Quens. «La palabra quen, que significa ‘compañero’», dice Rapin, vol. I, p. 148, «era común tanto para hombres como mujeres». Tan tarde como en el siglo XIII, en una colección de poemas escritos por Carlos de Anjou y sus cortesanos, se citan las canciones de los Quens de Anjou. También en un canto del siglo XII, en la enumeración de los gritos de guerra de las provincias francesas, encontramos:
«Y los quens de Teobaldo
gritan ‘¡Champaña y Passavant!’».
[3] Véase la genealogía de Matilde en Ducarel, Norman Antiquities.
[4] En realidad, la madre de Balduino V de Flandes fue Ogiva de Luxemburgo y Leonor de Normandía, su madrastra. (N. del T.)
[5] Malmesbury, vol. I, Libro II, p. 26.
[6] Chronicle of Tewkesbury, Biblioteca Cottoniana Cleopatra, c. 111, 220. Leland, Collections, vol. I, p. 78. Monasticon, 111, 59. Palgrave, Rise and Progress, vol. I, p. 294. Thierry, Anglo-Normans, vol. I, p. 335.
[7] Chronicle of Inger, llamado también Ingerius. La anécdota ha sido traducida por J. P. Andrews.
[8] El autor del Roman de Rou.
[9] Vestidos. (N. del T.)
[10] Los nobles de Normandía, preocupados por la sucesión del duque, lo persuadieron para que se casara con Matilde o Maud, la hija de Balduino V de Flandes.—Sandford.
[11] Guillermo de Malmesbury. Ingulf.
[12] Leland.
[13] Tras el ascenso de Enrique II al trono se inventó un pedigrí sajón para Arlette, que es una curiosidad demasiado grande para ser omitida. «Edmundo Ironside», dice el genealogista sajón, «tuvo dos hijos, Edwin y Eduardo, y una hija única, cuyo nombre no aparece en la historia a causa de su mala conducta, viéndose que formó una unión muy imprudente con el curtidor del rey. En su cólera, el monarca desterró de Inglaterra a su hija y el curtidor. Ambos fueron a Normandía, donde vivieron de la caridad pública y tuvieron sucesivamente tres hijas. Al llegar un día a Falaise para mendigar en la puerta del duque Ricardo, éste, asombrado por la belleza de la mujer y sus hijas, le preguntó ‘¿quién era?’. ‘Soy una inglesa’, dijo ella, ‘y de la sangre real’. Ante esta respuesta, el duque la trató con honor, tomó al curtidor en su servicio y llevó a una de las hijas para ser criada en el palacio. Era Arlette o Charlotte, la madre del Conquistador».—Thierry.
[14] Guillermo de Malmesbury.
[15] Henderson, Life of the Conqueror.
[16] Ibídem.
[17] Según Guillermo de Malmesbury, el Conquistador colocó gran importancia en la educación. A lo largo de su vida tenía la costumbre de decir «que un rey iletrado era un burro coronado».
[18] Ayuntamiento. (N. del T.)
[19] «Il est petit, mais il croitera».—Wace
[20] Chronicle of Normandy. Malmesbury.
[21] Alan III de Bretaña, abuelo del que sería yerno de Guillermo. (N. del T.)
[22] Algunos murmuraron que el duque Roberto había emprendido la peregrinación a Jerusalén como penitencia por la muerte de su hermano mayor y soberano, el duque Ricardo III, de la que era sospechado; mientras que otros creían que sólo motivos piadosos le habían impulsado a pagar sus votos en el Santo Sepulcro, de acuerdo con un nuevo pero dominante espíritu de devoción mal dirigida que se manifestó entre los príncipes y nobles de esa época de superstición y romance. Es incierto si el duque Roberto llegó alguna vez a su destino. Las últimas noticias auténticas de él que llegaron a su capital fueron traídas por Pirou, un peregrino que, tras regresar de Tierra Santa, informó que había encontrado a su señor el duque de Normandía en el camino a la Ciudad Santa, llevado en una litera en hombros de cuatro sarracenos robustos, ya que entonces estaba demasiado enfermo para continuar su viaje a pie. Cuando el peregrino real reconoció a su vasallo, exclamó con gran ánimo: «Dile a mis pares valientes que has visto a tu soberano subir al cielo a caballo de demonios».—Guillermo de Malmesbury. Si esta alusión descortés a la oscuridad espiritual de sus portadores paganos fue lo suficiente inteligible para tener el efecto de provocarlos a acortar su viaje, no lo sabemos. Algunos cronistas, de hecho, afirman que murió en Nicea de Bitinia cuando regresaba; pero hay una extraña incertidumbre relacionada con su destino, y parece que los nobles normandos esperaron su regreso por largo tiempo —una expectativa que probablemente era más favorable a la causa de su sucesor juvenil, cuyo título de otro modo podría haber sido disputado con más eficacia por los herederos de las hermanas y tías del duque Roberto.
[23] Los Estados generales de Normandía. (N. del T.)
[24] Chronicle of Normandy.
[25] Ibídem. Malmesbury. Wace.
[26] Chronicle of Normandy. Mézeray. Wace.
[27] Como se verá apenas más adelante, Miss Strickland creía que Matilde era nieta de Leonor de Normandía, pero ésta sólo era su abuelastra. La prima hermana de Guillermo y Guido de Borgoña era Judit de Flandes, todos descendientes directos del duque Ricardo II. (N. del T.)
[28] St. Marthe. Wace.
[29] Chronicle of Normandy. Rapin.
[30] Chronicle of Normandy. Matilde era la nieta de Leonor de Normandía, la tía de Guillermo.
[31] Montfaucon. Malmesbury.
[32] Rapin.
[33] Este concilio se celebró en Lisieux, en el año 1055. Véase Sir Harris Nicholas, Chronology of History.
[34] Henderson, Life of William the Conqueror.
[35] Higden, Polychronicon.
[36] Su tía en realidad. (N. del T.)
[37] Wace. Ingulf. Eadmer.
[38] Malmesbury. Wace.
[39] Malmesbury. Orderico Vital.
[40] Wace. Malmesbury. Thierry.
[41] G. de Malmesbury.
[42] Wace.
[43] Wace, Chronicles of the Dukes of Normandy.
[44] Wace.
[45] Wace, Chronicle of Normandy.
[46] Ibídem.
[47] Ibídem.
[48] Ibídem.
[49] Ibídem.
[50] Wace.
[51] Henderson. Wace.
[52] Wace.
[53] Willelmus Gemiticensis, p. 665, y Daniels, Histoire de France, vol. III, pág. 90. El conde Balduino de Flandes suministró sesenta naves a Tostig. Malmesbury. Saxon Annals.
[54] Según la tradición, el famoso Robin Hood era descendiente del sobrino de Matilde, Gilberto de Gante, quien acompañó al Conquistador a Inglaterra.—Dr. Yerborough, Hist. of Sleaford.
[55] Harold Hårfager fue rey de Noruega en 872-933, más de un siglo antes de los acontecimientos que aquí se relatan, así que no pudo ser el rey que acompañó a Tostig. Miss Strickland lo confunde con Harold Hardrada (1015-1066), rey de ese país a partir de 1047 y que ciertamente fue el que invadió Inglaterra y combatió en Stamford Bridge. (N. del T.)
[56] Brompton. Saxon Annals.
[57] Henderson.
[58] Malmesbury.
[59] Wace.
[60] Tapiz de Bayeux.
[61] Wace.
[62] Guillermo de Poitiers. Wace. Malmesbury.
[63] Malmesbury. Wace.
[64] Ibídem.
[65] Malmesbury. Wace.
[66] Wace.
[67] Ibídem.
[68] Thierry, Anglo-Normans.
[69] Ibídem.
[70] Wace. Henderson.
[71] Una tradición del norte de Inglaterra dice que el primer hombre de esta compañía en tocar la tierra prometida fue el antepasado de los Strickland de Sizergh Castle, en Westmoreland, que reciben su nombre y armas de esta circunstancia. Enseñan la espada en la antigua sala de banquetes de la torre Deincourt de Sizergh Castle, con la que el venerable chisme afirma que el jefe temible golpeó el primero la tierra en Pevensey [«Struck the land.»]. El arma, que parece forjada para las garras de un gigante, no parece ser, sin embargo, de fecha anterior a la época de Eduardo III, y se parece mucho a la espada de Estado que perteneció a este monarca, la misma que se puede ver en la abadía de Westminster. Es más probable que perteneciera a sir Thomas Strickland, quien acompañó al victorioso Eduardo en sus campañas francesas, y no al fundador normando de este linaje.
[72] Wace. Orderico Vital.
[73] Wace. Simeon Dunelmsis. Mateo de Westminster. Esta ceremonia se observa todavía en la transferencia de algunas propiedades. Anteriormente un trozo de césped de un campo y un pedazo de paja del techo de una casa se exigían como toda escritura para dar al comprador un título legal de posesión.
[74] Wace.
[75] Saxon Annals. Malmesbury. Simon Dunelmensis. Enrique de Huntingdon. Wace.
[76] Wace.
[77] Speed.
[78] Wace.
[79] Wace. Un juego de palabras que significa «coronas y chelines»; écu quiere decir «escudo», tanto como la moneda llamada «corona».
[80] Malmesbury. Mateo de Westminster. Wace.
[81] Que significa «con salud» y «beber por la salud».
[82] Wace.
[83] Malmesbury. Wace. Guillermo de Poitiers.
[84] Wace.
[85] Ibídem.
[86] Ibídem. Chronicles of the Dukes of Normandy.
[87] Malmesbury. Mateo de Westminster. Enrique de Huntingdon. Speed. Rapin. Chronicle de Bello. Will. Gemeticensis.
[88] Saxon Annals. Speed. Orderico dice que se llamaba así mucho antes de esta batalla.
[89] El día siguiente los conquistadores normandos lo dedicaron al entierro de sus muertos; y Guillermo dio permiso a los campesinos sajones para que realizaran el mismo oficio piadoso con los restos de sus desafortunados compatriotas. El cuerpo de Harold fue buscado, pero en vano al principio. Los ladrones habían despojado y acuchillado a las víctimas de la lucha, así que era difícil distinguir entre los restos mortales del líder y los de los siervos. Gytha, la madre de Harold, había sido incapaz de identificar el cuerpo de su amado hijo; pero había una cuyo ojo aficionado no podía ser engañado por ningún cambio en el objeto de su afecto; se trataba de una dama sajona de gran belleza, Edith, llamada «la del Cuello de Cisne», que anteriormente había estado con Harold en esos términos que le habían permitido familiarizarse con las características físicas de éste, y fue ella la que reconoció el cadáver de su falso amante. Se dice que Gytha ofreció comprarlo al precio de su peso en oro; pero Guillermo lo entregó sin pedir rescate a la afligida madre, bien por un impulso generoso de compasión, bien con el fin de reconciliarse con los parientes del difunto. También destituyó a un soldado normando que se jactaba de haber acuchillado el muslo del rey sajón caído. La madre de Harold enterró a su hijo en la abadía de Waltham, fundada por él, colocando sobre su tumba la simple pero expresiva frase «Harold Infelix».—Thierry. Chron. of Waltham. Malmesbury.
[90] Ducarel, Norman Antiquities.
[91] Ingulf. Orderico Vital.
[92] «Entonces, el día del Solsticio de Invierno, el arzobispo Aldred santificó al rey en Westminster, y le dio posesión con los libros de Cristo; y también le hizo jurar, antes de colocar la corona sobre su cabeza, que gobernaría esta nación tan bien como ningún rey lo había hecho antes, si ellos le eran fieles».—Saxon Chronicle.
[93] Guillermo de Poitiers. Lingard.

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